La postura también envía fuertes mensajes sobre el género y la sexualidad. Si te detienes a observar la manera en que los hombres y las mujeres ocupan el espacio notarás que, por lo general, son muy diferentes. Desde niñas, las mujeres, quizá tratando de perpetuar el papel de sumisión que la propia sociedad nos otorgó por tantos años, automatizamos casi inconcientemente una serie de movimientos corporlaes con los que tratamos de proyectar pasividad y vulnerabilidad; por ejemplo, cambiamos el peso de una cadera hacia la otra mientras permanecemos de pie, nos encogemos de hombros para sonreír modosamente, etc. Los hombres, en cambio, suelen permanecer de pie con sus dos piernas firmemente apoyadas en el piso; se mantienen en su sitio y examinan su ambiente. Su postura demuestra un sentido de propiedad, de posesión. Si se mueven cuando están parados, lo hacen verticalmente, sobre los dedos de sus pies, no sobre sus caderas. Sus gestos dicen: "Yo estoy aqui: soy dueño de este espacio y no voy a irme a ninguna parte".
Igual ocurre con la postura al caminar. Un hombre camina en un patrón de cuadrícula, en ángulos rectos. Se impulsa ligeramente hacia delante con sus hombros. Las mujeres, en contraste, se impulsan con su pelvis. Pero si este comportamiento puede ser culturalmente aprendido, con toda seguridad también podemos deshacernos de él; por eso, cualquier mal hábito postural relacionado con el sexo también puede ser corregido.