Lista para nadar, Tánger, 2014. expatriadaxcojones.blogspot.com
En Marruecos hombres y mujeres hacen vida por separado. Ellos trabajan en las tiendas, van a los cafés, pasean por la calle y ellas, mayoritariamente, se quedan en casa. Cocinan. Cuidan de los niños. Y, las más afortunadas, hacen deporte. Una actividad que no las pone en entredicho.
Los gimnasios no son mixtos como en España. Hay centros sólo para hombres y, otros, sólo para mujeres. Así se evita que los dos sexos se relacionen. Hablen. Se conozcan. No hay peligro. Casi nunca.
Yo también quiero empezar a hacer ejercicio. Tanto tiempo sentada me va a dejar el culo de la talla XXL. Y una cosa es tener pareja y ser madre, y otra bien distinta convertirse en un despojo humano.
Pregunto a mis amigas donde van ellas. Visito distintos centros. Comparo precios. Actividades. Instalaciones. Sobretodo, las duchas. Y un día, en el parabrisas del coche, encuentro un folleto de propaganda. Es un gimnasio nuevo. De mega lujo. Se anuncia como mixto.
Está en el quinto coño. Para llegar he de coger el coche. Me da un poco de pereza pero antes de descartarlo quiero ver como es. Conduzco quince minutos y lo encuentro. Está cerca de la playa, enfrente del casino. Aparco y entro.
El edificio es nuevo y se nota que se han gastado la pasta. Al entrar tengo la sensación de estar en la recepción de un hotel. Muebles de diseño, música moderna y unas chicas… como describirlas. Todas son jóvenes, guapas y algo…. vaya, que no son putas pero por su aspecto muchos lo pensarían.
Pido información. La que habla mejor español, sale de la recepción y se sienta conmigo en el sofá. Me explica que actividades hacen, los horarios, los precios y el modo de pago. Mientras estamos conversando veo entrar a varios hombres, también a algunas mujeres pero me fijo en que, una vez dentro, acceden a las instalaciones por puertas distintas. Pregunto a que se debe y la chica me lo explica.
—Es un gimnasio mixto pero los hombres y las mujeres no se mezclan. El edificio se ha construido como si fueran dos centros independientes. La recepción es el único punto de encuentro A partir de aquí, hay una puerta de acceso para cada sexo. Y todo, absolutamente todo, está duplicado. Tenemos dos salas de máquinas, dos salas de spinning, dos aulas polivalentes, dos saunas,… —Y piscinas ¿también tenéis dos? —No. Solo hay una. —¿Y entonces? —Los lunes, miércoles y viernes la utilizan las mujeres. El martes, jueves y los sábados está reservada a los hombres.
Yo quiero nadar. En Barcelona ya lo hacía. Hay quien piensa que es aburrido pero a mí me gusta. Estoy sola. Voy a mi aire. No tengo que adaptarme a ningún horario. Y mientras nado pienso en mis cosas. Aunque me jode un poco solo poder acceder a la piscina unos días concretos, sé que tampoco iré más de tres veces por semana, así que después de pensarlo decido apuntarme. Es el único gimnasio de los que he visto que tiene una piscina decente. El resto son bañeras.
El lunes siguiente dejo a Terremoto en el colegio y conduzco hasta el gimnasio. Aparco. Entro. Saludo y voy a los vestuarios. Allí me desnudo. Me pongo el traje de baño. Me coloco el casco y las chanclas. Las gafas ya me las pondré luego, cuando esté en el agua.
Pongo la mano en el pomo de la puerta y … ¡Mierda! Está cerrada. No puede ser. ¿Quizás lo entendí mal? No. Recuerdo claramente que me dijo que los lunes era día de mujeres. No veo nadie a quien preguntar. Me tapo como puedo con la toalla y subo a recepción.
—Disculpa, la piscina ¿está cerrada? —Sí. Lo siento. La están limpiando. —¿Hoy no la podré utilizar? —No. Mañana. —¿Pero mañana es para los hombres? —Sí. Me olvidaba. Hasta el miércoles. —Gracias.
Empezamos bien. Con las ganas que tenía. Y lo más importante, estaba mentalizada. Porque esto de empezar a hacer deporte hay que pensarlo, sino da mucha pereza. Al menos a mí.
¿Quizás puedo hacer alguna clase? Ya que he venido... Abro el bolso y saco el horario de actividades. En diez minutos empieza una sesión de spinning. No es que me ilusione pero ya que estoy…
Me pongo el chándal, las zapatillas y busco la sala. Cuando llego hay cinco mujeres dentro. Todas vestidas de deporte y sin pañuelo. La profesora está preparando el equipo de música. Pone un CD y se sube a su bicicleta.
—¿Listas? Venga que empezamos.
Sin mucha prisa, las mujeres abandonan su cháchara y se colocan en sus puestos. Yo cojo una de las bicis que hay cerca de la puerta. Al final de la sala. Que hace tiempo que no hago nada y quizás tengo que abandonar antes de tiempo. Una vez estamos todas colocadas, la profesora empieza:
—Primero calentamos un poquito. Con calma que hay que aguantar hasta el final.
Y todas empezamos a mover nuestras piernas. Unas con más gracia que otras.
—Muy bien chicas. Ahora, más rápido.
Y aquí es cuando yo empiezo a ponerme roja. Pero roja, roja. En nada tengo la cara como un tomate. Siempre me pasa. Lo odio.
—Darle más caña. Os quiero a tope —y, de repente, la profesora empieza a gritar — ¡Ahhhhh! Cuidado que viene un hombre.
Las mujeres se vuelven locas. Bajan de sus bicicletas. Corren histéricas por la sala. Dos casi chocan entre ellas. Todas buscan algo con que cubrirse la cabeza.
Mi culo está exactamente en el mismo sitio. Es el único. Desde donde estoy sentada veo pasar a un hombre. Sí. Un hombre bajito y menudo. Vestido con un mono de trabajo. Lleva una caja de herramientas en la mano. Es operario de mantenimiento. Va caminando por el pasillo, pasa frente a nuestra clase y pasa de largo.
—Ya se ha ido. Venga. Todas a las bicis —dice la profesora cuando él ya está lejos.
Todas vuelven a sus puestos. Empezamos a pedalear. Vuelvo a quedarme sin aliento.
—Un último esfuerzo que estamos en la recta final.
No puedo más. Estoy sudando como un cerdo y el corazón me va a salir del cuerpo. Creo que voy a abandonar. Sólo espero el momento adecuado para no dar la nota. La profesora vuelve a gritar.
—¡Rápido! Que vuelve, que vuelve.
Y otra vez las mujeres, histéricas. Otra vez corren a cubrirse la cabeza. A esconderse en un rincón. Está claro. Ahora o nunca. No hay mejor momento que este para escaquearse.
Una vez fuera, me arrastro como puedo hasta el vestuario. Estoy reventada. Mañana tendré unas agujetas de la muerte. Me van a durar por lo menos tres días.
Tanto jaleo. Tanto grito. Tengo la cabeza como un bombo. Mi cuerpo estará sano pero mi mente está agotada. Suerte que el gimnasio es moderno y mixto porque de no ser así no imagino lo que podría haber pasado.Lo tengo claro, si el próximo día no puedo nadar me vuelvo para casa.