Hoy les escribo parapetada tras mis escritorio presa de un miedo, pánico diría yo, atroz. En casa tigre se ha desatado una ola de criminalidad que ha hecho temblar los cimientos de mis convicciones educativas. Temo por mi integridad tanto física como psíquica mientras intento hacer acopio de valor para enfrentarme a esta panda de delincuentes infantiles que se hacen pasar por mis hijas.
Todo empezó cuando La Cuarta, que ha debido estar viendo Roma con nosotros escondida en algún hueco de la escalera, se autoproclamó descendiente directa y hereda única de Titus Pullo. Ella que siempre ha tenido la mano más bien larga, lejos de afinarse con el paso del tiempo ha mutado a gladiador enfurecido.
Cualquier cosa es susceptible de convertirse en un arma letal entre sus manos. Lo mismo te atiza con el chimpancé de peluche que le trajeron los reyes que te atropella con la sillita del nenuco o te apuñala con la jeringuilla del falso maletín de médico. El otro día, mientras librábamos nuestra batalla diaria para atarle el arnés de la silla del coche, me enganchó el pelo y me arrancó un mechón que mucho me temo no recuperaré jamás. Huelga decir que si ella es Titus Pullo yo soy Octavio Augusto y no me amilano ante las rebeliones de mi plebe. El arnés se ató como mandan los cánones pero poco puedo decir de mi melena trasquilada.
Entre tanto, La Tercera ha cogido complejo de Urdangarín y anda atesorando riquezas ajenas como si mañana mismo le fueran a embargar Pedralbes. Ella, como todo ladrón de guante blanco que se precie, niega la mayor con la excusa de que son regalos recibidos por a saber qué turbios servicios prestados. Me paso el día devolviendo bufandas, gorros y guantes con cara compungida mientras las madres de la guardería me hacen un juicio sumarísimo.
La Segunda, como no podía ser de otra forma, es el elemento desestabilizador de esta turba de mangantes. No hay forma de pillarle con las manos en la masa ni atribuirle un delito concreto, pero de sobra sabemos todos que es la mente maquiavélica detrás de muchas de las fechorías, la instigadora de sus hermanas y el acicate de sus malas artes. Muchas veces, mientras regaño a alguna de las camorristas, veo su ojo de Moriarty brillar en la lejanía.
La Primera por su parte se ha decantado por iniciar prematuramente su carrera política. Y tiene talento. Qué forma de ocultar, tergiversar y negar lo evidente. Digamos por ejemplo que ha sacado algún cate en un examen, lejos de presentarse ante mí con cara penitente piensa ¿qué haría cualquier cargo público en mi lugar? Callar, negar y ocultar. Pues eso. ¿Y si me pillan? Sigue negando. ¿Y si me restriegan la verdad por la cara? No confieses. Ni muerta. Ni hablar de renunciar a ningún privilegio, regalo o prebenda, ¿quién necesita conciencia teniendo los bolsillos llenos?
Por si esto fuera poco La Quinta de mis amores se ha aliado con las bandidas de sus hermanas y está mermando mi capacidad de raciocinio y mis ganas de vivir con la simple pero brillante técnica de no dejarme dormir. Su estrategia es clara, en mis brazos duerme pero en cuanto la deposito en su cuna primorosa prorrumpe en chillidos desaforados hasta vuelve a yacer calentita en mi regazo. Y así una y mil veces, hora tras hora, noche tras noche.
Pero la llevan clara estas malhechoras de medio pelo. Una antes que monje fue fraile y, si bien hoy hago gala de una honradez intachable, entre los seis y los ochos años fui una forajida de la justicia escolar, una cleptómana y mentirosa consumada como la copa de un pino.
Así que para sorpresa de mi prole tras comprobar que la amenaza y el castigo surten un efecto más que dudoso cuando una se enfrenta a truhanes de esta calaña he optado por salirme por peteneras y recurrir a la empatía.
Como lo oyen, a cuadros se han quedado cuando esta madre suya tan proclive a los holocaustos disciplinarios les ha salido comprensiva. Están tan desconcertadas que no les ha quedado otra que batirse en retirada.
Madre Tigre 1 – Bandoleras de medio metro 0