¿Hubo alguna vez, en la historia, un periodo donde la estupidez colectiva se manifestara de manera tan evidente? Cuando menos alfabetismo hay, cuando más información tenemos a nuestro alcance y más posibilidades de contraste, resulta que vivimos en una sociedad donde se impone la demagogia y la mentira.
Entre la mentira y la posverdad avanza la incertidumbre y la desorientación; el estado, la democracia, las ideologías y los partidos ya no se sostienen como referentes. Eso que hoy llamamos democracia, de tan adulterada que se nos ofrece, no responde a nuestras necesidades tal vez por delegar en unos representantes indignos, tal vez por actuar como perfectos idiotas, en el sentido más clásico y democrático del término, o como afirma Sol Sánchez porque el capitalismo es incompatible con la democracia. Actuamos como si la democracia no necesitara de nuestra defensa, aunque se nos advierta que sin implicación y participación ciudadana la democracia se convierte en simple representación.
De alguna manera, cuando nos desentendemos de los asuntos que nos afectan como ciudadanos, actuamos como esos fumadores que sabiendo de los riesgos del tabaco continúan fumando. Saben que aspiran alquitrán, monóxido de carbono y otras sustancias tóxicas; que el tabaco, entre otros daños, puede provocarles cáncer y problemas respiratorios y, sin embargo, continúan fumando. Lo mismo sucede cuando nos desentendemos de los asuntos que nos afectan, cuando votamos candidaturas que defienden intereses contrarios a los nuestros o cuando apoyamos opciones que nos proporcionan el efímero placer de escuchar lo que queremos oír aunque sospechemos que no cumplirán sus palabras.
Entre todos hemos conformado un contexto social dócil y maleable, que se adapta con una facilidad asombrosa a los requerimientos e intereses del sistema. Y, como el fumador, nos conformamos con ese pequeño placer que proporciona un cigarrillo, obviando sus riesgos aunque se nos advierta de sus peligros.
En ocasiones nos ponemos fantásticos y llegamos a pensar que entre nuestras creencias y actitudes hay una grado de coherencia aceptable, que procedemos de manera coherente conforme a nuestros criterios e intereses pero, ¿qué ocurre cuando entre nuestras creencias y actitudes solo existe disonancia y falta de armonía? Todos, por ejemplo, podemos afirmar que despreciamos la mentira pero claudicamos cuando aceptamos la mentira como si fuera verdad. De lo contrario, ¿cómo nos explicamos que hayamos confiado el gobierno a un partido corrupto y a un presidente compulsivamente mentiroso?
Es cierto que no hay verdades absolutas, pero también que hay mentiras evidentes. Cómo calificar, por ejemplo, determinadas respuestas de Rajoy a Alsina en Onda Cero cuando afirmó que "no estaba al tanto" de que el PP hubiera pedido la nulidad del juicio Gürtel o cuando, preguntado por la polémica del muro que pretende reforzar Trump, defendió la apuesta por la cooperación con los países de origen de los inmigrantes , obviando que él ha reducido la cooperación internacional en más de un 60% y ha reforzado las fronteras de Ceuta y Melilla.
Es lunes, escucho a Emmet Cohen Trio: