MENTIRAS FRAUDULENTAS. Publicado en Levante 7 de marzo de 2012
Era precisamente en un Instituto de secundaria. Había claustro de profesores. El director del centro educativo tenía que dar cuentas de unos gastos, vamos a decirlo así, algo estrambóticos. Tomó la palabra y afirmó: “Puedo asegurar que el dinero del Instituto lo he usado como si fuera mío”. Uno de los presentes, se levantó y, con gran sencillez, le dijo: “Nosotros nos conformamos con que uses el dinero como si fuera del Instituto”.
La anécdota viene a colación por la situación presente, tanto en los centros educativos como en el ambiente social, algo caldeado, por el despilfarro o el uso indebido de los caudales de todos, y los recortes habidos y los que se avecinan.
No ahondo ahora en la responsabilidad de quien habiendo tenido en sus manos el gobierno, lo dejó de forma inane; y que ahora hemos de pagar todos. Tampoco las de quienes teniendo que velar por el dinero público o ajeno, en el mejor de los casos, se escondieron, o bien fueron unos pillos para ganarse sus buenas bonificaciones a costa de la dejación de sus responsabilidades.
Si bien los recursos públicos son de todos y hay que tratarlos con escrupuloso tacto, la mentira, en todo, pero especialmente en estos temas económicos, es deleznable. Y estamos tan llenos de mentirosos que si éstos volasen, el cielo se nublaría.
No hay duda de que la responsabilidad es distinta según quien sea –y pueda-, pero montar un follón aduciendo que en el Instituto no hay calefacción, cuando es notoriamente falso, es mentir. Y hay que aprender, desde jóvenes, a decir la verdad.
Desviar fondos públicos, sin control, presuntamente destinados a ONG, empresas concesionarias o a fomentar el empleo de parados, es una sinvergonzonería que no solamente raya en lo culposo, sino que también enrarece la convivencia social, pues contribuye a la mentira sistémica, en las que tantos cifran su alto nivel de vida, de paso que aseguran una jubilación dorada (¡ay! ¡En que quedaría la justicia universal si no existiese Dios!). Y mientras, unos dejan de tener las posibilidades de salir del abismo en que los han sumido otros.
El mal ejemplo cunde, y se transforma en epidemia social, en el que cada cual va a lo suyo, como náufragos que se acogen a la primera tabla de salvación, sin miramientos, sin darse cuenta de que, en este barco de la convivencia social, o todos nos salvamos o todos, igualmente, perecemos: nadie es un eslabón perdido (¿o sí?).
Pero quizá, lo peor de todo es que no nos repugne que se saquee el sistema público, aprovechándose de los recursos, cada uno a su nivel: quien, engañando al sistema sanitario o a la mutua, con una baja laboral inventada o por motivos nimios; o quien, falseando en los negocios, en los seguros de automóviles, en los precios, o cobrando abusivamente… Un sinfín que recorre la sociedad de derecha a izquierda, de arriba abajo… y que, en la mayor parte de las ocasiones, consentimos o nos parece inocuo o indiferente; y, sin embargo, es la putrefacción de las relaciones humanas. La mentira lo contamina todo, y hace irrespirable el ambiente social. Es necesario, cada vez más, que lo público sea efectivamente público y publicado. Las nuevas tecnologías lo permiten. ¡Hagámoslo ya!
Pedro López
Grupo de Estudios de Actualidad