Revista Ciencia

Mentiras y verdades

Por Biologiayantropologia

MENTIRAS Y VERDADES
Hanna Arendt, ahora que se ha estrenado una película sobre su vida, señalaba que la violencia está engendrada por la mentira; y que toda batalla contra la violencia sería, en el fondo, una lucha por la verdad. Y, en consecuencia, la mentira precede siempre a la barbarie. Y sólo a través de la verdad, que es la justicia, regresamos de nuevo a la hospitalidad, a la cooperación. Es nuestra lección de cada día, ahora que nos estamos enterando de tantas desdichas, fraudes y mentiras.
Armand M. Nicholi en su libro “La cuestión de Dios: C.S. Lewis versus S. Freud”,  al hablar de represión y falta de control de la sexualidad, cita a C.S. Lewis: “ceder a todos nuestros deseos lleva evidentemente a... la enfermedad, los celos, la mentira, la ocultación y todo aquello que es lo opuesto a la salud... Para cualquier tipo de felicidad, incluso en este mundo, se necesita una gran dosis de control...”. Joseph Conrad en su novela “En el corazón de las tinieblas”, pone en boca del protagonista (Marlow) lo siguiente: “Yo no hubiera llegado a luchar por él, pero sí que estuve a punto de mentir. Odio, detesto y no puedo soportar la mentira, no porque sea más recto que los demás, sino simplemente porque me horroriza. Hay un toque de muerte, un sabor de mortalidad en las mentiras, que es exactamente lo que más odio y detesto en el mundo, lo que deseo olvidar. Me hace sentirme desdichado y enfermo, como si hubiera mordido algo podrido”.
Kierkergaard, por su parte, en “La enfermedad mortal”, habla de las tres rupturas del hombre: con Dios, que provoca la muerte; con la naturaleza y los demás que engendra las injusticias y violencias; la interior, provoca la frustración por fragmentación. Es el hombre que no puede ser él mismo, que está maniatado, enajenado, alienado. La enfermedad para Kierkergaard sólo se percibe por contraste, superando el estadio estético (búsqueda desaforada de las satisfacciones) y el estadio ético (la pretensión de ser bueno). Es en la llegada a este estado cuando uno percibe, como afirma J. L. Lorda, en su antropología filosófica, cuando más se nota que no lo somos y que no lo podemos ser por nuestra cuenta. Entonces, el ser humano puede reconocerse pecador ante Dios. Y así, necesitado de Dios, y delante de Él, alcanza su auténtica verdad (estadio religioso) al obtener el perdón. Comienza entonces la paz, que como sentenciaba S. Agustín es la tranquilidad en el orden. Sí, hay que concluir que necesitamos de la Justicia con mayúsculas, necesitamos del perdón, para no descaminarnos definitivamente, para poder salir de la selva en la que a veces los hombres nos empeñamos en vivir.
Pedro LópezGrupo de Estudios de Actualidad

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