Hay una foto de Fritz y Thea en el sofá de su apartamento de Berlín alrededor de 1923. Él tumbado con un libro entre las manos, ella con un gato blanco sentado en los pliegues de su vestido. Probablemente fuera la estampa de un domingo cualquiera, o un escenario milimétricamente calculado por un fotógrafo, pero queda bonito pensar que en la cabeza de ambos barruntaba ya la idea de "Metrópolis".
Juntos escribieron el guión de la futurista y malograda nueva torre de Babel y la compartieron con el mundo en la forma que cada uno de ellos dominaba: él con una película muda, ella con una novela.
La obra de Thea puso las palabras que la de Fritz no podía permitirse entonces y, al beber del mismo guión, no funciona como complemento de la obra visual, sino como una revisita a la gran pantalla. Podemos vivir con la "Metrópolis" de Thea Von Harbou sin necesidad de ver la "Metrópolis" de Fritz Lang, como pasa al contrario (y de manera más natural, ya que el número de espectadores de Lang excede con creces a los lectores de Von Harbou). Como los buenos matrimonios, ambos pusieron de su parte y sumaron para que finalmente su retoño se convirtiese en alguien de provecho.
En 1927 "Metrópolis" se estrenó en Berlín con un enorme fracaso de taquilla, algo que el tiempo ha sabido remediar y que no significó el motivo de separación de la pareja.
Hitler se mostró entusiasmado con el filme y vio reflejado en él el fracaso de la revolución socialista con el que tanto se le llenaba la boca, y así, con Thea uniéndose al partido nazi y Fritz largándose a Estados Unidos huyendo de la ideología de su esposa, se produjo el divorcio de la pareja que creó uno de los iconos de la cinematografía alemana y mundial.
Como ocurre con muchas parejas, fue un tercero el que acabó metiéndose en medio.