Si los traductores españoles en vez de haber titulado como Mi casa en París, la opera prima de Israel Horovitz, se hubiesen limitado a traducir correctamente el título original de esta película, no solo habrían respetado los deseos del autor sino también habrían capturado prácticamente todo el significado de la película. My old lady, título original tanto de la película como de la obra de teatro en la que se inspira, hace referencia a la gran problemática planteada en el film. Mathias, un maduro neoyorquino arruinado, se traslada a París con la intención de vender una enorme mansión heredada de su padre. Al llegar se topa con una anciana que se convertirá en su gran carga y obstáculo. Mathias no podrá vender la casa ya que está vinculada a la misteriosa anciana por medio de un contrato, y hasta que no fallezca la mansión no será legalmente suya.
Mi casa en París plantea una serie de dificultades y tramas dramáticas cuyo desenlace es bastante previsible. Mathias está arruinado y siente unas ganas fervientes de vender la casa, pero recibe una tremenda carga moral por parte de la simpática anciana y sobre todo por su hija. Ambas llevan viviendo toda la vida en esa casa y no quieren abandonarla. La atracción entre la joven y el protagonista se hace evidente desde el primer roce que tienen y la relación de amor-odio que protagonizan acaba inclinándose más hacia el primer sentimiento que el segundo. Pero la trama interesante del film procede del descubrimiento de la relación que unía a la anciana con el padre del protagonista. Una trama que afecta terriblemente a Mathias, cuya infancia y mala relación con sus padres supone la principal obstrucción psicológica que le impide vivir una vida normal.
Pese a estos momentos dramáticos casi trágicos Mi casa en París está construida única y exclusivamente para terminar en un final feliz. Su principal problema es que se concibe como una tragicomedia con tonos demasiado oscuros que se intentan combatir con una perspectiva de la vida esperanzadora y con unos toques de humor demasiado superfluos.
La relación entre Kevin Kline como Mathias y la siempre magnífica Maggie Smith como la simpática pero también puñetera anciana funciona muy bien en la gran pantalla y se convierte en el principal atractivo de Una casa en París. El peso de los actores es tremendamente importante y acaba funcionando bien por el origen teatral de la película. Horovitz intenta plantear una puesta en escena dinámica e introduce varios escenarios para alejarse precisamente de esta atmosfera teatral. Pero el peso de la película pende completamente de un espacio único, la mansión, y la relación entre los personajes, de manera que uno se plantea si es necesario el salto a la gran pantalla. Mi casa en París es una obra cuyo poder reside en sus protagonistas y no en una historia que pese a ser original no está bien tratada.