Mis vacaciones han terminado. Antes de consumirse agosto yo ya he agotado mis jornadas de descanso estivales. Este mes han sido tres semanas de ausencia, repartidas entre la costa de Lugo y rematadas con cinco días en Londres, un viaje para repetir. De vuelta a la rutina la primera necesidad que se ha transformado en obligación ha sido la de llenar la nevera, previo vaciado de productos caducados o de aspecto sospechosamente insalubre o poco apetecible.
A una gran superficie me he ido con mis retoños. Siempre he presumido de detestarlo, pero la edad hace que le vaya cogiendo cariño a hacer la compra en el hipermercado. Eso a pesar de ir empujando un carrito que alberga una carga que no llega a los 25 kilos, el peso de mis hijas que se empeñan en ir subidas a las cuatro ruedas. Visto está que han nacido para marquesas, aunque yo no nací para chófer. A las tres nos gusta hacer carreras, por lo que procuro ir a horas en las que haya poco riesgo de atropello.
El caso es que alcanzo un curioso estadío de felicidad haciendo la compra. Resultará pueril, pero me gusta. El momento de mayor júbilo se produce en la sección de chocolates, dulces y galletas varias. Hacía tiempo que dejé en el olvido unos exquisitos bizcochitos con mermelada de naranja recubierta por una fina capa de chocolate y hoy me he encontrado con ellos y su versión light. Hasta la tableta roja de toda la vida tiene una hermana "sin azúcares añadidos". Una trampa mortal para las adictas al cacao. Si la tentación se viste de light las mousses de chocolate caen de dos en dos.
Os escribo tras una ingesta moderada de chocolate ligth. Será porque el día ha sido de locos y calma la ansiedad, que diría mi madre. Será porque es un sustitutivo del sexo, pensará alguna mente sibilina. (Alto. El chocolate light nunca puede suplir un cuerpo a cuerpo más que en su versión light, esto es, anodina, insípida, aburrida, convencional... Una puede resultar im-perfecta, pero no tonta. En el supuesto de que el chocolate jugara de suplente de la pasión física apostaría por un chocolate rotundo).
Será, más bien, porque desde pequeña uno de los mayores placeres que he podido disfrutar es zampar, comer, saborear chocolate. En el desayuno, la comida, la cena. En estado líquido o sólido, pasando por todo tipo de texturas. Desde la popular tableta a los sublimes eclairs. Lástima que en una semanas el médico le vaya a poner freno a este excelso vicio.