Revista Diario

Mi círculo de la depresión

Por Chak

Mi círculo de la depresiónLas sesiones con mi psicóloga en los últimos meses se habían vuelto una conversación autocomplaciente en la que yo no me atrevía a decir la verdad y parece que ella tampoco se animaba a decirme su teoría: estaba deprimido.
Una fuerte pelea con mi esposa fue la gota que hizo que la bomba de depresión me estallara en las manos, en la cabeza y en todo el cuerpo. No tuve más remedio que aceptar frente a la psicóloga que estaba profundamente deprimido, al grado de no poder salir de la crisis yo solo y requerir de nuevo de la intervención del psiquiatra y las medicinas.
Como hace muchos años no me pasaba, la sesión me hizo llorar, me provocó un intenso dolor de cabeza, y la horrenda sensación de quedar huérfano de mí mismo, como si ante el panorama que se me presentaba, no hubiera una salida medianamente sencilla.
Y ese ha sido en buena medida mi gran problema: quiero que todo sea fácil.
Lo cierto es que la negación que me he auto-impuesto desde comienzos de este año, y posiblemente desde finales del anterior, me ha conducido a una crisis cuya salida no alcanzo a ver, al menos no a corto plazo.
Y entonces viene la larga espera, una espera que no me puedo permitir. Mi vida no me permite en este momento el lujo de quedar fuera de circulación ni siquiera por una semana, un mes... Me requiero, me necesito y de pronto me parece que estoy tan lejos de mi capacidad de vivir y mantenerme, que me da miedo no poder retomar mi salud mental.
No quería aceptarlo, no me quería dar cuenta de la realidad, pero todos los días me levanto de la cama por una sola razón: seguir con la rutina que necesito para pagar las cuentas, para comer, para mantener mi trabajo. Aunque esto signifique estar frustrado y molesto todo el día.
He decidido, hasta ahora, seguir con el plan de "mejor con trabajo infeliz que desempleado deprimido..." La experiencia de 2006 me dejó lo suficientemente marcado como para no querer estar dependiendo de mi esposa de nuevo; más aún cuando ahora ella no puede sostenerme económica y emocionalmente. Los años y los desencuentros ha hecho su merma. Supongo que otra crisis tan profunda no la soportaríamos, y eso sí que sería el final de lo que queda de mis motivos para seguir adelante.
Trabajo y estudio todos los días más como un acto de salvavidas que como un disfrute de la vida. Para mí, desde noviembre del año pasado y hasta hoy, cada mañana, después del baño es una enorme cuesta arriba. A veces, mientras tomo la ducha en las madrugadas, varias horas antes de que salga el sol, ya estoy cansado y no recargo energías en todo el resto del día. Ando adormilado y sin ganas de hacer nada durante toda la jornada.
En la noche, luego de soportar las a veces 10 o 12 horas de trabajo, llego a la casa con el ánimo por los suelos, con la certeza de que al día siguiente no voy a encontrar otra cosa diferente más que la misma dosis de tortura física y mental.
¿Qué cosa positiva puedo encontrar en mi rutina diaria cuando siento que me chupa la vida, las ideas, el gusto y la poca creatividad que me queda?
Mi psicóloga me dice que haga ejercicio, que no me deje llevar por el círculo de desánimo, apatía e inmovilidad. Estoy de acuerdo, pero ¿a qué hora hago ejercicio?, ¿de dónde saco la energía física y mental para moverme?, ¿cuál es la receta para encontrar energía, impulso para no sólo sobrevivir sino verdaderamente tomar las riendas de la vida y darle unas nalgadas para que se movilice?
Ella también me dice que encuentre un trabajo que me haga sentir bien. Una profesión que me permita vivir dignamente, pagar la comida, el Internet, sus honorarios (ja...) y que me de tiempo para hacer las cosas que realmente quiero hacer.
En este punto la pregunta siempre es la misma: ¿qué quiero hacer?
La verdad es que ahora, en este momento no puedo responderla. Cuando me hizo la pregunta la pequeña salita donde platicamos quedó invadida por un penoso silencio. No sé que contestar. Pero ella lo hizo por mí. O al menos me recordó lo que en otras sesiones le he dicho, o dice que le dije... Quiero escribir.
Lo pensé. La verdad es que sí lo pensé. Pero estaba tan vapuleado física y mentalmente que no me atreví a decirlo.
Me parece una misión tan imposible, que su sólo mención me parece una burla a mi propia capacidad intelectual y social. No sólo me considero incapaz técnicamente de vivir de lo que escribo, sino que considero que para lograrlo necesito de competencias sociales de las cuales carezco.
Mi círculo de la depresión
No me imagino a mí mismo entregando mis textos a un editor para que me dé una patada en el trasero porque no soy su amigo y parte de su camarilla, como sé que las hay en el mundo siempre oscuro de la literatura.
Pero la psicóloga es incisiva cuando se lo propone. Me dice que ella me ve viviendo de lo que escriba, y siendo feliz... (bueno, esto último creo que se lo guardó porque sabe que me hubiera burlado de ella).
La aprecio. Ella me ha ayudado mucho desde hace casi tres años cuando acudí a ella. Ahora ha ayudado a mi esposa y a algunos de mis mejores amigos que también requieren de apoyo psicológico. Pero a diferencia de todos ellos, yo no tengo ganas, el impulso para cambiar mi vida. No al menos sólo.
Quizás sea sólo una idea, una impresión, una percepción: necesito antidepresivos para salir de este hoyo. Quizás podría hacerlo por mis propios medios. La verdad es que no tengo ánimos, no tengo las fuerzas para hacerlo; mucho menos para darle un giro a mi vida y abrirme paso hacia la felicidad y un futuro lleno de aventuras como escritor...
Perdón por el sarcasmo... aunque se trate de mi propia vida, aunque se trate de mi propio futuro, de mi matrimonio y mi carrera.
Me pregunto por qué decidí, así tajantemente, ser infeliz. Si sabía que quería escribir, me hubiera lanzado al ruedo y dejar todo para lograrlo. En su lugar preferí dar un largo y tonto rodeo que me ha llevado hasta donde estoy. Creo que también ha sido una estrategia para evitar enfrentar la cruel verdad: no sirvo para lo que creo que es mi destino. Y si lo evito, al menos no encaro el fiasco. Me quedo sólo con la frustración, cómoda y cálida, de ser otra cosa que no quería ser.
Tengo la duda de si alguien estaría dispuesto a pagar para leer lo que escribo. Si así fuera, habría una pequeña posibilidad de sobrevivir dignamente de lo que ganara y entonces las puertas del paraíso, ese lugar lleno de satisfacción personal y tiempo libre se abrirían frente a mí, rendidas ante mi inherente talento...
Bueno, al menos es liberador escribirlo.

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