La palabra Filigrana procede del latín filum, hilo y granum, grano, o sea literalmente “hilo granulado”. Aunque en realidad se trata de dos hilos trenzados, y no de un solo hilo.
El arte de la filigrana es antiquísimo. Tenemos constancia de restos de este tipo de joyería desde hace más de 3.000 años; esta técnica ya la practicaron los egipcios, los fenicios y los griegos. Estos últimos la trajeron hasta la Península.
La técnica está realizada con dos hilos de distinto grosor, el más grueso se usa para esculpir el contorno de la pieza y el más fino sirve para crear los minuciosos detalles característicos de la filigrana, es decir, sirve para ir rellenando los huecos. El orfebre tiene que ayudarse de unas pinzas para hacer el relleno con los hilos y es en esta parte del trabajo donde más se nota la habilidad de sus manos. La soldadura debe ser ligera para que no deje huella.
Una vez rellena la pieza se coloca sobre un lecho de carbón vegetal, se espolvorea con polvo de soldadura y se suelda con lamparilla de alcohol y soplete. Terminada la soldadura, y ya en frío, se pule y abrillanta la pieza.
El resultado es una delicada y ligera pieza de joyería que nos recuerda a un suave y primoroso encaje. Una pieza única e irrepetible.
Aún hoy, existen orfebres que utilizando las técnicas de antaño y grandes dosis de paciencia y habilidad, consiguen hacer piezas que nos dejan sin palabras.
Podemos afirmar que la filigrana es una de las técnicas más bellas y delicadas de la joyería.