Por Urbana Luna
A veces la dejo salir, no es justo que permanezca encerrada todo el tiempo mientras yo disfruto de mi corporeidad y del reconocimiento de todos. Además, si no permito que le de un poco el aire, me produce unos dolores de cabeza espantosos.
Cuando bajo la guardia, ella aprovecha para hacerse visible. Entonces no se aparta de mi lado. Repite mis gestos más insignificantes, la gente debe pensar que somos gemelas. Yo detesto que juegue a imitarme pero hago como que no me doy cuenta con la esperanza de que se aburra y se marche cuanto antes.
Los dobles son como el genio de la lámpara. Al principio parecen sumisos, pero enseguida nos damos cuenta de están fuera de nuestro control. Son peligrosos porque nos envidian. Ellos quisieran decidirlo todo, planear las vacaciones, elegirnos las amistades, los amores. Vienen a ser testigos a los que les hemos quitado la palabra, por eso están llenos de deseo y ese deseo acumulado es la fuerza que les impulsa.
El otro día ella vino conmigo a una exposición de arte. Caminaba junto a mí a lo largo de un pasillo oscuro; iba tranquila, como un perrito fiel que sigue a su amo, hasta que llegamos frente a una obra titulada El pozo de Narciso. Se trataba de un gran espejo redondo colocado en el suelo. Yo me incliné sobre la superficie reflectante y ella hizo lo mismo. Al verme duplicada me asusté, retirándome de inmediato. Ella, en lugar de imitarme como venía haciendo durante toda la visita, cogió impulso y se lanzó sobre el espejo como el que se tira a una piscina. No era en realidad un espejo, sino una pieza de metal bruñido, y supongo que su zambullida no causó daños irreparables. Salí del edificio y me quedé un buen rato junto a la puerta de acceso tratando de serenarme. En el móvil, el símbolo de una llamada perdida me avisó de que alguien había intentado contactar conmigo. Marqué el teléfono registrado y escuché la voz de un contestador: -Hola, ahora no puedo atenderte. Deja tu mensaje y te contestaré. Era mi buzón de voz. Inexplicable. Me estaba llamando a mí misma, o la estaba llamando a ella o quizá era ella quien me había llamado a mí.
Hay días en los que nos vaciamos por completo, prueba inequívoca de que alguno de nuestros dobles ha logrado tomar el mando. En esos casos debemos dejar que se hagan cargo de nuestra vida. No hay peligro de que nos roben la identidad, ya que no saben ejercer el noble arte del disimulo y la sociedad pronto los rechaza. Al final son ellos mismos los que regresan corriendo para esconderse de nuevo, al menos por un tiempo, pues emocionalmente son tan frágiles como nuestros yoes oficiales.