Foto A.Matowsky expatriadaxcojones.blogspot.com
Me pasó hace tiempo. Ahora, por suerte, ya no tenemos este problema. Tenemos otros pero no éste. En aquella época Terremoto iba a la guardería. Tendría unos dos años. Él iba contento. No lloraba ni protestaba cuando lo dejaba. Muchas madres me envidiaban. Ellas tenían que soportar lloros, pataletas y dramas varios, cada mañana, durante meses y meses. Yo no. A mí me esperaba algo distinto.
Un día llegué a la guardería para recogerlo y su profesora me estaba esperando. Quería hablar conmigo. Su cara de circunstancias no auguraba nada bueno. Le dije al niño que podía jugar un rato en el patio mientras yo charlaba con ella.
—¿Qué pasa? —le pregunté. —Es Terremoto. Hoy ha mordido a un niño en la cara. Quiero enseñártelo.
Nos acercamos a la clase. La maestra llama al niño y cuando se acerca… ¡madre mía! Es un mordisco en toda regla. El pobre lleva la piñata de mi hijo incrustada en toda la jeta. Me quedo muda. No sé cómo excusarme.
—Te lo enseño para que seas consciente —me dice. —Al mediodía cuando ha venido el padre ha buscarlo nos ha montado una escena. Quería saber el nombre del niño, que le diéramos el teléfono de la familia… estaba furioso. Nos ha costado mucho calmarlo. —Lo siento. Ahora mismo hablo con él.
Intento hacerle entender a Terremoto que eso no se hace. Pero sólo tiene dos años. Su nivel de concentración no supera el minuto y, mientras yo sigo pegándole el rollo, él ya está distraído con otras cosas. Las hojas de los árboles, los coches, un señor que anda sin zapatos, el ruido de una sirena…
Por la tarde nos acercamos al parque. Empiezo a contarle a una chica lo que me ha pasado en la guarde y, todavía no he terminado, cuando se oye un grito que me hace callar de golpe. Miramos de dónde procede. Vemos a un niño que sale disparado de la casita de madera. En el interior, Terremoto con el arma del delito, aún en su posesión. No hace falta ser Sherlock Holmes. Está clarísimo. Le ha pegado con la pala en toda la cabeza.
No pasan ni treinta segundos cuando llega la madre. Está alterada. Me increpa. Bastante. Yo, bajo la cabeza y me disculpo en todos los idiomas que conozco.
—Ya sé que no está bien —le digo a mi amiga cuando la madre se ha ido.—Pero tampoco hay que exagerar. Los críos son críos. Ya se sabe. —Vete preparando… —me contesta. —Tú hijo es como el vaquilla —bromea —pero aquí los padres son muy quisquillosos. Como siga haciéndolo en el colegio, te esperan las madres a la salida para tirarte de los pelos. —No me asustes…Si sólo hubiera pasado un día, quedaría en mi recuerdo como una anécdota graciosa. El problema es que pasó un día, el siguiente, el otro... En lugar de mejorar cada vez íbamos a peor.
Cuando recogía al niño en la guarde lo hacía con el corazón en un puño. Temiendo por lo que pudiera haber pasado. Dejé de ir al parque por las tardes, pues en un despiste mi hijo podía hacer cualquier cosa. Ya no me quedaban fuerzas. Ni excusas.
Intenté hablar con otras madres para saber si habían tenido el mismo problema y cómo lo habían solucionado. Cada una de las chicas con las que hablé me dio un consejo distinto. Los probé todos pero ninguno me funcionó. Ni hablar, ni reñir, ni el rincón de pensar, ni castigarlo sin su juguete favorito… nada dio resultado.
El tema de los bocados humanoides empezó a angustiarme. Yo, que siempre he sido más bien pasota. Me sentía desbordada. Perdida. No sabía qué hacer para solucionarlo. Empecé a pensar que era culpa mía. Algo debía estar haciendo mal pero ¿qué?
Decidí irme a Barcelona con los niños a pasar unos días. Es una de las cosas buenas de ser expatriada en Tánger, que España te queda muy cerca. Visitamos a la familia, a los amigos y aprovechamos para ir de compras. Lo típico. Pero esta vez, también, tenía en mente otra cosa. Una, un tanto especial.
Pedí hora y aunque estaba a tope me dio cita. Porque me conoce. Porque me vio nerviosa. Porque es buena persona. Él es médico pero no uno cualquiera. En su tarjeta pone: Osteopatía, Hipnotismo y Kinestesia.
El día acordado a la hora señalada, me presento en la consulta. Él abre la puerta. Ve al niño. Me mira a mí y me pide que me tumbe en la camilla.
—No. Hoy no vengo por mí. Vengo por el niño —le aclaro. —Sí. Ya lo sé —me responde —pero te voy a mirar a ti. Al niño ya lo veo y no le pasa nada.
Yo me encuentro de puta madre. No sé qué pretende pero tampoco me atrevo a decírselo. Estoy algo desconcertada. Sólo he venido aquí un par de veces pero las dos acertó con el diagnóstico y tengo confianza en él. Así que dejo al niño con mi tía esperando en la salita y hago lo que me dice. Me tumbo en la camilla. Y intento relajarme.
Me hace una especie de masaje. Sin apenas tocarme. Y cuando termina, me dice que me va a hipnotizar. Ya, seguro, pues lo llevas claro.Le dejo hacer pero sé perfectamente que conmigo NO lo va a conseguir. Soy una incrédula total para este tipo de cosas.
Pasados un tiempo (no tengo ni idea de cuánto) me dice que ya me puedo levantar. ¿Ya está? ¿Eso es todo? No me noto atontada ni soñolienta ni nada por el estilo. Lo miro expectante. A ver qué me dice.
—Estás pasando por muchos cambios en tu vida. Creo que te sientes algo perdida. Como fuera de lugar… —Bueno… es que me acabo de mudar a Marruecos —le digo aunque enseguida añado —pero estoy contenta. Nos va muy bien. —No te voy a recetar nada. No lo necesitas pero te recomiendo que marques tu territorio.
Pongo cara de imbécil. No entiendo qué me quiere decir con eso. Él lo sabe y antes de que se lo pregunte, continúa.
—Mi consejo es que te mees en distintas partes de tu casa. Haz como los perros. Marca tu territorio. Ya verás como todo se resolverá.
¿He oído bien? Ha dicho mear? Sé que me ayudó con la ciática y el dolor de espalda pero esto me parece demasiado. Ni loca voy a hacer lo que me dice. Salgo de la consulta y me viene a la cabeza Jodorowsky. Esta parece una de sus recetas psicomágicas. Se lo cuento al Kalvo y se parte de la risa. Yo me muero de la vergüenza y intento olvidarlo cuando antes.
Volvemos a Marruecos y el niño vuelve a las andadas. Me da coraje reconocerlo pero empiezo a planteármelo. Total, no pierdo nada por probarlo. Trato de convencerme a mi misma. Nadie tiene por que enterarse. Cada vez lo veo menos raro. ¿Y si me funciona?
Así que un día me levanto y espero a que no haya nadie en casa. El Kalvo está currando. El niño, en la guardería. Es ahora o nunca. Así que me bajo los pantalones y empiezo a hacer pis. Un chorrito en la entrada, otro detrás de la puerta, otro más en mi cuarto… Hasta que vacío mi vejiga completamente. Termino fregona en mano borrando el rastro de mis fechorías.
Esa misma noche Teremoto me llama desde su cama. Me levanto. Me acerco a su habitación. A ver qué pasa. Veo que acaba de vomitar. Lo limpio, lo cambio y lo vuelvo a dejar durmiendo.
Y fin de la historia. Igual que empezaron se acaban mis problemas. Como por arte de magia. El niño deja de morder. ¿Casualidad?En la guardería todo vuelve a ir de maravilla. En el parque, también. La gente cuando me ve por la calle me dice: Lo ves. Son etapas. Los niños son así. Yo asiento. No les digo ni pío. Vaya a ser que les cuente lo del pis y se piensen que estoy loca.