El embarazo me ha llevado al increíble mundo del asco. Es increíble para mí, porque soy -o era- la persona menos asqueable que conozco. Olores, imágenes, y otras sensaciones que a otros volteaban al revés, a mí apenas me hacían algún efecto.
Con el embarazo, pasar frente a la carnicería, junto a la olla de las carnitas, cuando están recalentando el aceite, se puso desagradable. Luego vino lidiar con la carne cruda. Aunque me producían asco algunas comidas -pocas-, nada fue como la carne cruda: ver o imaginar el chorrito rojo que suele escurrir.
Hoy, que ya casi he vuelto a la normalidad, he tenido un episodio con una pequeña cosa oscura en un plátano; algo comestible que era parte del plátano, y que tuve la mala idea de voltear a ver, después de la basca por haberlo sentido.
Lo más terrible fue hace poco, en el baño de un camión, en carretera. Me pasaba al principio, en el baño de mi casa, que me daba asco ver el agua junta: el agua limpia del tanque o de la taza del inodoro. Afortunadamente, eso duró poco. En el camión fue solo un momento, pero fue terrible. Era un bañito incómodo, pero limpio y funcional. Fui unas mil veces durante el viaje, y en una de esas vueltas, por alguna extraña razón, volteé a ver el inodoro, después de orinar. Mi propia orina produjo una especie de espíritu del amonio ascendiendo hasta mi nariz, y casi vomito. Lo que tardé en salir de ahí, me pareció eterno.
Silvia Parque