Este pequeño manualito fue como una biblia en mi colegio.
Muchas veces no valoramos lo suficiente a las personas que nos han hecho bien hasta pasados los años, cuando la realidad exhibe sin tapujos una y otra vez lo que hemos recibido de ellas. A mí me dio por el periodismo a los 15 años, la noche en que vi un programa de entrevistas en la tele que me despertó un “queseyó” interno, hasta el punto en que desde ese momento jamás pensé en dedicarme a otra cosa. Lástima no haber tenido una bola mágica o un coche del futuro para haberme dado una vueltita y haber visto lo que sé hoy. Puede que hubiera sido más lista, aunque no sé si más feliz. En fin, que en aquellos años escolares no supe que doña María, mi maestra de Lengua en EGB, me había enseñado a usar correctamente la herramienta básica de mi hoy amado y malherido oficio.
Con diez u once años una pretendía tener maestros jóvenes, divertidos, empáticos con niñatas y mocosas como yo en aquel momento. Doña María era ya una maestra experimentada, había cruzado la barrera de los 50 y, aunque para mí alguien de esa edad es ahora meridianamente joven, entonces me parecía alguien mayor.
Doña María, como les iba diciendo, era una maestra de la vieja escuela, donde la disciplina, tan vapuleada hoy, era uno de los valores en alza. Recuerdo con nitidez aquellas clases de sexto en las que estudiábamos las conjugaciones verbales. Todas las semanas, todas, teníamos que formar grupos de tres o cuatro alumnos para preguntarnos y autocalificarnos: punto verde, cero fallos; punto azul, dos o tres errores; punto rojo, vuelve a estudiar. Y cumplíamos a rajatabla. Cuando te tocaba ser “el preguntador” no podías compadecerte de Juanito el de El Gomero, que había fallado más de tres veces. Punto rojo al canto. Pero aprendimos, ¡y cuánto! Lo llevamos en el disco duro de nuestra memoria y sabemos, casi como autómatas, que lo correcto es “dijiste” y no “dijistes”, “hubo” y no “hubieron” o “había” y no “habían”.
Marcada también me dejaron sus dictados, en los que aquella docente no anunciaba ni un solo signo de puntuación, sino que los alumnos debíamos saber colocarlos donde correspondiera, en función de la entonación de la frase. Lo que empezó siendo ciencia ficción acabó por ser una materia dominada al finalizar el curso. Puede que por eso, porque creo que me enseñaron bien, no entienda hoy esa afición de muchos periodistas por lanzar las comas al aire y dejarlas donde caigan.
Aquella base me ha valido hasta hoy y estoy convencida de que de no ser por todo lo que aprendí, probablemente hoy escribiría peor. Aquellas rentas me llevaron, con los años, a interesarme por el uso correcto del lenguaje, a valorar los buenos textos y a tratar de escribir adecuadamente, aunque todos sabemos que la perfección no existe. Aquellas clases son hoy una base sólida que sigo construyendo porque, desde luego, todos los días aprendo algo y nuestra lengua, además, cambia con el tiempo. Lo que no deberían cambiar, desde mi punto de vista, son los métodos que funcionan y aquel, sin duda, fue un éxito. Así debió entenderlo mi maestra.
Así que hoy, a pesar de todos los años que han pasado, me gustaría decirle abiertamente algo que seguro que nunca le dije: “Gracias, doña María”.