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Estoy sola en casa. Peleándome con un texto que hace días que se me resiste. Lo tengo empezado pero no hay manera de terminarlo. Suena el timbre. Salvada por la campana. Aunque sólo sea un rato. Mientras camino hacia la puerta me pregunto ¿quién coño será a estas horas? Me acerco a la mirilla con cuidado. Mierda. Lo que imaginaba. Es la bruja de la vecina. Su vida debe ser muy aburrida porque últimamente se pasa el día en mi casa tocándome los huevos.
Respira. Relájate. Mentalízate. Me digo a mí misma. Una vez acabado el ejercicio, aunque dudo que sirva para algo, abro la puerta lentamente y pongo cara de ¿qué pasa?
—Estáis haciendo mucho ruido. Ya te dije que mi marido está enfermo.
Por mi como si se muere ahora mismo. Pienso. Pero al abrir la boca son otras las palabras que pronuncio.
—P-p-pero si estoy sola. Mi marido ha salido a trabajar y el niño está en la guardería. —¡ME ESTÁS LLAMANDO MENTIROSA! —No. No. Para nada. Quiero decir… que aquí no hay nadie. Estoy sola y estoy trabajando con el ordenador.
En un descuido, que no volverá a pasarme en lo que me queda de vida, abro un poco más la puerta y le hago un gesto con la manopara que vea que le estoy diciendo la verdad. La ballena bigotuda no desaprovecha la oportunidad. Con sus manazas la termina de abrir y, sin darme cuenta, la tengo dentro. Mirando hacia todas partes. Horrorizada, supongo. Demasiada piel al aire para su gusto, imagino. No sé. Me cuesta pensar. No estaba preparada para esta situación. Esto se me ha ido de las manos.
La vecina está como poseída por el diablo. Se ha puesto roja de la rabia. Grita y mueve las manos sin parar. Habla tan rápido que no entiendo prácticamente nada de lo que dice.
Intento calmarla. Decirle, otra vez, que aquí no hay nadie. Que es imposible que el ruido que oye venga de mi casa. Pero ella no entra en razón. Es imposible dialogar. Erre con erre con el puto ruido. Al final, la que pierde la paciencia soy yo. La echo de mi casa de malas maneras. Y me cuesta lo mío porque con lo gorda que está y, yo que todavía no he desayunado, apenas tengo fuerzas para arrastrar a la mamut fuera de casa. Cuando lo consigo estoy alteradísima. Y sola. No tengo a nadie con quien desahogarme. Esto es el colmo. Ahora ya no puedo concentrarme. Voy a la cocina, me preparo un café y me fumo tres cigarros seguidos. Sólo entonces consigo volver al ordenador.
Pasan un par de semanas y no volvemos a saber nada de ella. Pienso que mi táctica “Si tú eres una cabrona, yo lo seré más” ha funcionado. Satisfecha y orgullosa se lo comento al Kalvo.
—Con este tipo de gente no te puedes comportar civilizadamente. No sirve de nada. Tienes que ponerte a su altura.
Gritos. Amenazas. Malos modos. La gorda sólo entiende este lenguaje y yo le dado lo que quería. Qué imbécil. Yo, no ella. Por creerme que esto había terminado cuando no había hecho más que empezar.
El mamut vuelve al ataque. Esta vez directamente en plan: te voy a matar. Aporrea la puerta con muy mala hostia. Gritando. No la abro. No soy gilipollas. Bueno, un poco sí, pero no tanto como para dejarla entrar en mi casa en este plan. Quizás sea una vieja pero si me pega un solo pisotón con ese pie de hipopótamo que tiene me deja coja para el resto de la vida.
Como en el fondo soy una cagada. Me quedo quieta como una estatua. Intento hacer el menor ruido posible. Y así estoy hasta que se marcha. Entonces puedo respirar. Poco más. De trabajar, nada de nada, tengo los nervios que no veas.
Cuando el Kalvo llega del trabajo le sugiero que lo intente con el marido. Aquí todo se hace entre hombres. Quizás sea la manera de arreglar este embrollo. No parece muy convencido pero hace lo que le digo. No tarda ni cinco minutos en volver.
—Este hombre está fatal. Y de enfermo nada. —¿Qué ha pasado? —¿Quieres saber lo que me ha dicho el muy cabrón? —… —Dice que me va a matar. —¡Qué!!!!—Que el es viejo y que no perderá nada pero que yo soy joven y…—Lo que faltaba.
Todos los días, a las cinco de la mañana, el viejo sale de casa para ir a rezar a la mezquita. En la frente tiene un círculo morado. Prueba palpable de que no se salta una oración. No le debe servir de mucho porque a mí me da que está algo alterado este señor.
Me olvido del asunto. Por poco tiempo. Unos días más tarde vuelven a llamar al timbre. Esta vez de manera muy civilizada. Vaya, lo normal, de cuando alguien llama a la puerta. Me levanto. Miro. Es un hombre de mediana edad. Tare algo en la mano. Abro la puerta. Me entrega un sobre. Y se va.
Me quedo con la carta en la mano. No tengo puñetera idea de lo que dice pero lleva un membrete oficial y lleva nuestro nombre. Llamo a una amiga que sabe árabe perfectamente. Para que me ayude a aclarar qué coño pone. Quedamos para hacer un café esa misma tarde.
Nos encontramos en el bar. Pedimos un par de zumos y mientras esperamos que el camarero los traiga ella empieza a leer. No me dice nada. Si fuera de esas personas que se muerde las uñas a estas alturas ya no me quedarían ni las de los pies. Mi amiga empieza a reír.
—Ay, perdona. Es que esto es muy gracioso. —… —Es una denuncia por ruido. —No me hace mucha gracia, la verdad. —Perdona. Es que dice que andas con tacones a todas horas. Que tu hijo va en bicicleta por el salón a las cuatro de la madrugada. Que tú no paras de enviar faxes que hacen mucho ruido y que te pasas toda la noche en la cocina. Dice que utilizas todos los aparatos: exprimidora, trituradora, batidora… —Claro. ¡No tengo nada mejor que hacer! —Eso es lo que pone. —¿Y ahora qué? —Aquí dice que tienes un plazo de veinticuatro horas para dejar de molestar. —Y si no ¿qué? —No sé. —¿Dejo de respirar? Si todo es mentira… —Lo mejor es que llames a un abogado.
Al día siguiente vamos a ver un picapleitos. Le enseñamos la carta. Nos dice que no nos preocupemos. Cómo si fuera tan fácil. Y nos aconseja ir a la comisaría. En estos casos es mejor prestar declaración, pues de momento sólo hay una versión y es la suya. Es mejor que vayamos a dar la nuestra. Hace unas llamadas de teléfono y nos concierta una cita para al cabo de dos días.
Vaya con la vecinita de los cojones. Está claro lo que pretende. Lo lleva cruda. No me pienso mover del piso. Si quiere guerra. Tendrá guerra. Necesitará algo más que una simple denuncia para que me largue de esta casa. Con lo que me costó mudarme.