La manera más justa y objetiva de ver y analizar una película consiste en entrar a la sala completamente desprejuiciado, algo complicado pero factible si hay buena predisposición. Cuando a uno le llegan comentarios no muy halagüeños corre el riesgo de sobrevalorar el trabajo que tiene ante sus ojos porque el panorama no parece tan negro como lo habían pintado. Al contrario, se termina siendo más severo, tal vez injustamente, con una obra que viene precedida de encendidos elogios y recomendaciones de la prensa especializada e incluso de amigos con criterio. Y si ya viene coronada por premios en un festival de prestigio, el listón a superar a la hora de valorar ya parte de una altura considerable.
En efecto, el mayor obstáculo al que se enfrenta un filme pequeño como Siempre juntos son las expectativas generadas en el público potencial. Un lastre de inicio que, en caso de no ver cumplido el deseo de la audiencia provoca desilusión y se vuelve en contra del largometraje. Sus dos galardones en el pasado Festival de Málaga, Mejor Película Iberoamericana y el Premio Especial del Jurado de la Crítica, pesan notablemente a la hora de defender una historia que podría haber despertado más simpatía sin tantas alharacas como las que la circundan.
Irene es una madre de familia de extracción humilde que intenta llevar adelante a los suyos a través de un pequeño negocio ambulante de compra-venta de telas y con la ayuda de la papelería que regenta su marido. Entre los conflictos a los que ha de enfrentarse se encuentra con la sorpresiva noticia de que su hijo adolescente se va a la otra esquina del mundo en menos de dos meses y no encuentra la manera de afrontarlo.
Para que un guión de estas características funcione es imprescindible que el patio de butacas empatice con la protagonista, con sus vivencias y sus padecimientos. El problema surge cuando no se consigue esa conexión. Este que escribe no ha sido capaz de emocionarse con esta matriarca y con su desesperación, hecho achacable a la impericia del cineasta como director de actores que ha permitido a la intérprete, Karine Telles (que figura, además, como co autora del libreto), sobreactuar de tal manera que pierda el favor de quienes nos encontramos a este lado de la pantalla.
De nada sirve el virtuosismo estético del que Gustavo Pizzi hace gala, con el uso de colores primarios, rojos, azules, verdes, una fotografía luminosa, unos encuadres perfectamente compuestos, si la historia que pretende contar y la manera de narrarla no es capaz de atrapar la atención de la platea. Si la forma pesa notablemente más que el fondo la batalla está perdida; el desequilibrio crea un abismo insalvable. Al no haber sabido introducirnos en el relato, el plano cenital en el que madre e hijo flotan a la deriva en una cámara de rueda de tractor con el chaval en posición fetal nos resulta tan obvio como innecesario. Se echa de menos algo más de sutileza.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos
Copyright imágenes © Bubbles Project, TV Zero, Baleia Filmes. Cortesía de BTeam Pictures. Reservados todos los derechos.
Siempre juntos (Benzinho)
Director: Gustavo Pizzi
Guion: Gustavo Pizzi, Karine Telles
Intérpretes: Karine Telles, Otávio Müller, Konstantino Sarris
Fotografía: Pedro Faerstein
Montaje: Livia Serpa
Duración: 95 min.
Brasil, Uruguay, Alemania, 2018
Anuncios