Después de unos cuantos meses, por fin he encontrado un hueco para participar en otro reto de Literautas. El reto para el mes de enero de Móntame un escena se titulaba "El grito" y consistía en escribir un relato que comenzara con la frase "Se giró al escuchar el grito". Como reto opcional se nos proponía utilizar la cámara lenta, es decir, que lo que ocurriera en el relato tuviera lugar en cinco segundos. Aquí os dejo el resultado:
MATERNIDAD: EFECTOS SECUNDARIOS
Se giró al escuchar el grito y se quedó paralizada por el miedo.
Las imágenes se sucedieron muy deprisa.
Su hijo Álex, de rodillas, estaba lanzando piedras a través de los barrotes demasiado separados de la baranda.
Una cabecita que se asomaba para mirar la imponente presa.
Un cuerpecito que se precipitaba al vacío.
Y escuchó de nuevo el grito del pequeño:
-¡Mamá! ¡La merienda!
Laura volvió a la realidad. Se llevó las manos al pecho, intentando frenar el inminente ataque de pánico. Miró a su hijo, a quién su padre llevaba de la mano. Todo estaba bien.
Suspiró aliviada y enfadada consigo misma por recrear en su mente imágenes tan escabrosas. imágenes en las que a su pequeño siempre le ocurría algo horrible.
Nadie le había explicado lo que implicaba realmente la maternidad.
Desde que supo que estaba embarazada, se dio cuenta de que su abanico de sentimientos se había ampliado.Todo el intenso amor que estaba desarrollando hacia el ser que crecía en su interior tenía su lado oscuro: la preocupación obsesiva.
Cuando Álex era un bebé, se acercaba constantemente a la cuna para comprobar que respiraba. Jugaba con él en el parque para no perderle de vista, aunque sacrificara su vida social y las otras madres la miraran como si fuera un bicho raro. Cuando empezó a ir al colegio sufría cada vez que sonaba el teléfono; temía que la llamara la directora para comunicarle que su hijo se había hecho daño jugando en el patio y lo habían trasladado al hospital. Y si iba de excursión y no llegaban a la hora prevista, los nervios le retorcían el estómago porque ya pensaba en lo peor. No quería ni imaginarse lo que haría cuando Álex fuera adolescente.
-¡Mamaaaaaaá! ¡La merienda! -gritó su hijo con impaciencia.
Laura sacó de la mochila una barrita de cereales con chocolate y se la entregó. El pequeño salió corriendo en busca de su padre, que le esperaba en un saliente de la presa para contemplar los peces que nadaban cerca de la superficie.
Laura suspiró, sonrió y se dirigió hacia sus dos amores. No iba a permitir que sus alucinaciones paranoicas le arruinaran el día.
Álex, que tenía las comisuras de la boca manchadas de chocolate, iba de un lado a otro de la presa, entusiasmado con todo lo que veía. Le encantaban los peces plateados, las águilas que revoloteaban alrededor de las paredes escarpadas que rodeaban el paraje. Pero, sobretodo, le fascinaba el sonido atronador del agua que se desembalsaba.
Había llovido mucho durante la semana, así que el pantano, al límite de su capacidad, se había visto obligado a abrir las compuertas. No demasiado, pero lo suficiente para que tres potentes chorros cayeran en cascada, acallando las voces de los visitantes y formando nubes de vapor. Entre miles de millones de gotas de agua, se reflejaba el arcoíris.
Los tres contemplaban embelesados la escena. Laura y su marido, cogidos de la mano, se miraron, dejándose llevar por el momento. Se sentían tan felices...
Cuando se dieron cuenta, la cabecita de Álex se asomaba entre los barrotes demasiado separados, contemplando la imponente presa.
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