He comentado varias veces y he de reconocer que con poco conocimiento, el tema de Venezuela y la escalada de protestas que lleva sufriendo ese país desde hace bastante, casi a la par que Ucrania. Digo que con poco conocimiento porque siempre es fácil recurrir a la pobreza y a la situación de crisis monumental que vivimos para justificar cualquier arrebato de ira en cualquier parte del mundo, y creo que es de ser necios quedarse solo en ese escalón cuando creo que, a poco que se indague algo más, la cosa adquiere tintes que difieren bastante del argumento clásico del descontento económico. Si algo ha demostrado la crisis ucraniana es que dentro de una crisis económica hay tantas crisis y quizá tantas caras como víctimas y protagonistas participan y sufren de ella.
Venezuela por tanto es otro de esos casos donde la protesta que recoge la foto de un periódico es del que aporrea a un policía, o viceversa, o del que declara que está harto de vivir en un país que no le cuida. Este abanico de escenas es por desgracia el que define a los conflictos sociales en el mundo en que vivimos: el de la imagen, la instantánea, la actualidad absoluta y la prisa por la renovación. Una vez le oí decir a alguien que lo importante era sacar una imagen o un titular, que luego ya habría tiempo de ver si era verdad o mentira, porque incluso eso podía ser noticia. Esta frase, que nos puede parecer cómica incluso, es la demostración una tragedia terrible: que la verdad no depende de quién vaya a sacar a relucir lo justo o injusto, lo malo o lo peor, sino de quién sea capaz antes de inventárselo.
El papel de segunda voz de los medios al final ha desembocado en un matiz aterrador que los convierte en jefes espontáneos del discurso conveniente, ese al que hoy es obligatorio dar voz pero que puede que mañana sea silenciado según qué intereses, con lo cual asistimos al hecho de que la verdad no depende de que haya buenos ni malos, sino del punto de vista, y a todos nos conviene elegir bando.
En esa encrucijada es sencillo adivinar que el posicionamiento de Venezuela sea difícilmente tratado con afabilidad desde nuestra poltrona occidental, que no entiende de la supervivencia de regímenes de ese calibre, que no pasan por ser mejores o peores que los nuestros, sino que simplemente son distintos, donde se vive peor o mejor, pero que está claro que incomodan porque cierran la puerta a la extensión del pensamiento occidental, el del consumo, el del capitalismo y sobre todo, a la idea de que la globalización se ha polarizado a las divisas, olvidándose de la aldea global e insistiendo mucho en la idea de urbe universal.
Desde el momento en que aceptamos que todo es objeto de mercado, es lógico pensar que las ideas que difieren de ésta máxima tan nuestra, tan de nuetsro occidente civilizado, sean aniquiladas.
No sé si habrá crimeas o gaseoductos en Venezuela, grupos de extrema derecha, ultranacionalistas, emisarios... Creo que por encima de todo eso está el vencedor y el vencido. Y no vence el más justo y pierde el más injusto, creo de verdad que perdemos todos. Porque hablamos y se nos llena la boca de democracia y justicia universal, pero no somos capaces de aceptar algo tan simple como la pluralidad de opiniones, de pensamientos, y por qué no, de maneras de ver lo que es justo o injusto. Maneras, a fin de cuentas, de ver la vida, queriendo imponer nuestro juicio que encima, no es fruto del deseo de bienestar absoluto, cuando sí de imposición de una idea: quiero que mi verdad pase por encima de las demás. Cueste lo que cueste. Y por eso se
lucha desde muchos frentes. No solo en Venezuela.