Fuente: Cristianos Gays
Por M.M. (Lugo)Viví en un espacio en el que ser gay era pecado. Hace 10 años, me encerré allí para estar libre de tentaciones. No me costó hacerlo. Allí estaría a salvo de caer en las redes de la perversión.
Cuando fui a ese espacio libre de pecados tenía tan sólo 18 años. Hoy estoy en la frontera de los 30. Era demasiado joven. Y creía que la cercanía a Dios sería más que suficiente para espantar lo impuro.
Descubrí demasiado pronto que había cometido un grave error. La tentación y el “vicio antinatural” habitaba entre aquellas paredes con más fuerzas y vivacidad que en el exterior.
Los cruces de miradas y los tocamientos “impuros” forman parte de lo cotidiano en un espacio donde impera la mentira y los escarceos entre quienes se refugian bajo la pesada sotana para ocultar en sus vestiduras sus pecados.
Las mismas miradas apasionadas se tornan, tras el acto impuro, en miradas que se esconden entre las paredes para no reconocerse a sí mismas. Miradas que se refugian en la intimidad para encontrar -en el silencio- un perdón que volverán rogar, una y otra vez, cuando la naturaleza se impone sobre las sagradas escrituras.
Hoy he vuelto a pasar, tras muchos años, por ese espacio en el que ser gay sigue siendo pecado. Y respiré aliviado. No guardo rencor. Soy feliz.