Revista Opinión

¿Micromachismo?

Publicado el 24 diciembre 2018 por Jcromero

Cada vez que llegan noticias del último asesinato machista, no encuentro palabras para expresar lo que siento. Ya sé que hay gente que se indigna, que claman venganza; gente que defiende una ley más dura, que se parte el pecho y berrea. También hay quien escupe feminazi a cualquiera que reivindique la igualdad de la mujer, su liberación. Hay gente que aún culpan a la víctima por ser mujer, por vestir de determinada manera. Por supuesto que no nos libramos de esa gente mezquina que convierte a la asesinada en arma arrojadiza contra el oponente político.

Ahora, entre las candidatas a palabra del año, la Fundación del Español Urgente, incluye micromachismo. No me gusta. Ya sé que, en este caso, el prefijo micro no hace referencia al tamaño o importancia del sustantivo, que alude a esas actitudes que no se detectan fácilmente por habituales o por formar parte de una conducta construida desde los tiempos de Atapuerca. En todo caso, no me gusta; es una palabra innecesaria cuando machismo es más explícita.

Por circunstancias que no vienen al caso, tengo por costumbre caminar todos los días. Cuando salgo nunca pienso que puedo ser insultado, acosado o agredido. Los paseos los realizo por parajes solitarios, en una zona próxima a un parque natural o por una playa cercana. Alguna vez encontré en el trayecto a inmigrantes que acababan de llegar sorteando olas, radares y vigilantes de fronteras. También con busquimanos que huyen precipitadamente con la mercancía. En verano, con grupos de gente joven deambulando con aspecto de haber estado toda la noche de fiesta. Salvo alguna vez, y de manera anecdótica, nunca he tenido problema. Nunca me incomodaron, nunca me dijeron guarradas; nunca me tocaron el culo ni intentaron meterme mano. Nunca tuve miedo de salir solo. Si fuera mujer, ¿podría disfrutar de la misma tranquilidad?

Desconozco si se publican estadísticas sobre agresiones a mujeres cuando caminan solas, cuando salen a correr solas. Sí escucho hablar sobre denuncias falsas de acoso o sobre agresiones a mujeres que nunca se produjeron. Escucho también que en este país hay persecución a los hombres o que se nos criminaliza por ser hombres. Salvo que yo sea la excepción que confirme la regla, no me reconozco en ese país que discrimina al hombre. Hay interés por difundir la idea de que no hay violencia sobre las mujeres, que es innecesaria una ley específica al respecto. Yo puedo estar equivocado, por supuesto, y puede que mi percepción sea errónea y que, en este país, una mujer puede hacer su vida con la seguridad de no ser incomodada o agredida. Escucho también que no todos los machistas matan. Pero quien así habla, olvida que el machismo mata, que los machistas violentos ejecutan lo que se ha ido construyendo en el tiempo. Afirmaba Carmen Alborch, que hay tres argumentos misóginos que se mantienen a lo largo de la historia y que aluden a una supuesta inferioridad de la mujer en el plano moral, biológico e intelectual. Me temo que aún, en pleno siglo XXI, hay gente que está convencida de esa triple inferioridad de la mujer. ¿Avanzamos? Puede ser, pero no será fácil ni rápido cambiar siglos de machismo; aún se alzan voces contra cualquier intento de combatir la desigualdad.

Como el lenguaje es un arma poderosa -las palabras que utilizamos tienen la capacidad de transformar nuestra realidad-, el avance definitivo llegará cuando llamemos a las cosas por su nombre. ¿Por qué se utiliza eso de micromachismo para referir situaciones cotidianas de desigualdad de la mujer con respecto al hombre? Micromachismo es una palabra que no me gusta. Que la mujer cobre menos, realizando el mismo trabajo que el hombre, no es micro; es machismo. No compartir la responsabilidad de los cuidados de los hijos o de las tareas del hogar, no es micro; es machismo. Ignoro que tiene de micro el que los cargos directivos de las grandes empresas sean copados por hombres o que a la mujer se le juzgue por su aspecto físico. No será, como escribe Gloria Lomana, que la nueva expresión pretende definir con benevolencia la cotidianidad del trato a las mujeres como seres subsidiarios, talladas desde niñas como figuritas de porcelana para el disfrute de los hombres.

A diferencia de otros estigmas que lentamente han ido desapareciendo, la misoginia cabalga orgullosa. Lo peor es la normalización, la naturalidad con la que se soporta situaciones que tendrían que ser constantemente denunciadas y que son una vergüenza colectiva.


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