Revista Cultura y Ocio
En la estrecha calle de aquel pequeño pueblo algunos coches se ceñían a la pared subidos al bordillo frente a la casa abierta. Un pequeña aglomeración ocupaba la calzada. El repartidor embocó la calleja y, malhumorado, enfiló la furgoneta hacia la pequeña muchedumbre que hablaba en corrillos junto a la puerta. Se detuvo de malos modos ante los que le impedían el paso. Hizo sonar el claxon. Un hombre serio, salió de la casa y se le acercó. Le pidió que esperara un momento: enseguida saldrían a apartar los coches. El conductor puso mala cara y masculló por lo bajo un comentario despectivo. En los ojos del hombre serio se gestó una tormenta. Alguien le cogió del brazo y lo apartó tratando de tranquilizarlo. Uno de los congregados se dirigió al conductor: ¡Te ha faltado un pelo para ganarte una hostia! ¡Están a punto de sacar el cadáver de su madre para llevarlo al cementerio, capullo!.