Revista Cultura y Ocio

Mierda al muerto

Publicado el 03 marzo 2010 por Manuelsegura @manuelsegura

Mierda al muerto

El polémico biógrafo de Kapuscinski trae a colación una expresión del maestro: la de ‘intensificar la realidad’. Lo que contiene el libro de Artur Domoslawski, periodista de la Gazeta Wyborcza, ha llevado a la viuda del reportero del siglo XX a pedir a un tribunal civil de Varsovia que prohíba su difusión. Pero, ¿qué se cuenta en él?

Tras la muerte del autor de obras como Ébano o La guerra del fútbol, las sospechas sobre su pasado se posaron sobre la estela que dejó, cual negros nubarrones que amenazaran tormenta. El que dice ser amigo en los últimos años de vida del biografiado, compila en su libro toda la serie de rumores y suposiciones en torno a su persona. Que si fue espía allá donde estuvo, que si colaboracionista con los comunistas de su país, que si contaba que se salvó cuatro veces in extremis de ser fusilado, que si tal y que si cual.

El discípulo Domoslawski enumera muchas interrogantes sobre su maestro. Cosas tales como estas: “¿Cómo hizo su carrera de gran reportero en un sistema que no era democrático? ¿Era suficiente tener el talento de reportero y de escritor? ¿O era necesario tener otros talentos como el de un negociador político, el saber convivir con gente extraña y el de tener un buen olfato?”.

Todo muy de Perogrullo. Ya supimos y conocimos, tras la caída del Muro, la forma en que se malvivía, por ejemplo, en aquel grisáceo y gélido Berlín que el cine nos ha retratado fielmente en magníficas películas como La vida de los otros. Y cómo los intelectuales sorteaban los obstáculos que les interponía el poder establecido para intentar ejercer su oficio. De modo que, en cualquier caso, ¿de qué asombrarse sobre el ejercicio de supervivencia de un escritor de éxito en plena Polonia comunista, cuando pocos barruntaban el fin de un yugo totaliario que les asfixiaba?

Otra de las deducciones de Domoslawski es que Kapuscinski anheló, a lo largo de su vida, propagar su leyenda. Tampoco eso sería extraño, pues, al fin y al cabo, todo artista lo que busca es que su obra sobreviva a su propia y efímera existencia. La del polaco llegó a los 74 años, de forma que hubiera sido consecuente también en esto.

Biografiar desde la amistad tiene su coste moral. Haber sido amigo de alguien que ya no está entre nosotros no concede patente de corso para asegurar que se le conoció en toda su extensión. También a Stieg Larsson, el autor de la celebrada trilogía de culto Millennium, le ha salido otra fraternal amistad que pone en duda que sea él quien escribió los libros. Viene a decir ese amigo del alma que Larsson no era un lince en el campo gramatical y que, a lo mejor, fue su ahora desheredada mujer la que lo hizo. A lo que se vé, puestos a editar biografías, lo de echar mierda sobre un muerto ilustre conlleva ímprobos réditos. Téngase en cuenta.


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