Minas, pescadores y naturaleza salvaje en el Cabo de Gata
Panorámica de Rodalquilar desde la antigua mina de oro Foto: Benjamín Recacha
Día3:
Aún con la retina repleta de las espectaculares imágenes del día anterior, la tercera jornada en el Cabo de Gata decidimos comenzarla en un pueblo del interior del parque natural: Rodalquilar, célebre en su momento por sus minas de oro, en funcionamiento hasta finales de los años 60 del siglo pasado. En la actualidad se pueden recorrer sus instalaciones, que (no sorprende) se encuentran en estado ruinoso, si bien parte del complejo se ha restaurado o está en vías de ello y recuperado como museo y centro de interpretación de la naturaleza. También hay un jardín botánico. Entre las numerosas películas rodadas en el lugar se encuentran algunas tan célebres como ‘Indiana Jones y la última cruzada’.
Instalaciones de la antigua mina de oro de Rodalquilar Foto: Benjamín Recacha
Por lo que respecta al pueblo, básicamente está habitado por turistas, pero afortunadamente, como ocurre en la mayoría de localidades enclavadas en el parque natural, no se aprecian excesos constructivos. Es decir, las casas de vacaciones y apartamentos respetan la arquitectura tradicional y el inconfundible color blanco que caracteriza a todos los edificios. Comimos en ‘El Pintao’, tapas y raciones: boquerones, calamares, pulpo a la gallega y una enorme ensalada. Todo fresco y delicioso. El fallo fue no preguntar el precio previamente…
Rodalquilar se enclava en el valle del mismo nombre, rodeado de montañas de belleza agreste, forradas de bosques de agaves, que aunque faltos de la frondosidad de robles, fresnos y pinos, también tienen su encanto. Recomiendo entrar al valle desde la carretera que viene de la Isleta del Moro y sube al mirador de la Amatista. El contraste entre las espectaculares vistas de la costa que dejamos atrás y la sorprendente amplitud del nuevo paisaje es muy impactante.
Panorámica desde el Mirador de la Amatista Foto: Benjamín Recacha
El mirador de la Amatista y el pequeño pueblo pesquero de la Isleta del Moro son precisamente las próximas paradas en este viaje. Como en el Faro del Cabo de Gata y en la Torre Vigía de la Vela Blanca, las vistas desde el mirador que debe su nombre a una antigua explotación minera de cuarzo amatista son tremendas. No sé qué hubiera hecho con una cámara de las antiguas, de las que iban con carrete que luego había que llevar a revelar… una ruina.
Isleta del Moro Foto: Benjamín Recacha
En la Isleta del Moro se respira aún el aroma de la pesca tradicional. Es fácil encontrar a pescadores cosiendo sus redes y en las cristalinas aguas fondean decenas de pequeñas barcas. En el mismo pueblo hay otro mirador y un peñón al que se puede subir a pie para contemplar a su gemelo, separados ambos por escasos metros de mar. Sin duda, se trata de uno de los enclaves más auténticos del parque natural, a salvo aún de las aglomeraciones.
Playa del Playazo Foto: Benjamín Recacha
Acabamos el día en la playa del Playazo, a la que se accede desde la carretera que pasa junto a Rodalquilar. Preciosa, una más, con increíbles vistas de los arrecifes y acantilados de la costa Este. La imponente batería defensiva que se conserva junto al mar, construida siglos ha para proteger la costa de los piratas, dota al entorno de un interesante ingrediente histórico extra.
Día 4:
Hoy toca visita familiar. Mis cuñados están pasando las vacaciones en el pueblo de Cabo de Gata, en casa de unos tíos, y nos han invitado a comer. Por la tarde iremos con ellos a la playa de Mónsul, en San José. Lo mejor del desplazamiento es, sin duda, el delicioso plato de fideos a la cazuela, obra de la madre de mi cuñada Susana. Ya sé de dónde le viene el arte culinario…
Albert disfruta como… como un niño de cuatro años junto a su prima Ariadna, de la misma edad. Pero el calor aprieta y somos demasiadas personas en la casa, así que llega la hora de darnos un refrescante bañito.
Playa de Mónsul Foto: Benjamín Recacha
La playa de Mónsul es una de las más populares del parque natural, escenario también de múltiples producciones audiovisuales. Para llegar a ella hay dos opciones: a patita desde San José, cosa que no recomiendo cuando cae el sol a plomo (más de media hora andando), o en vehículo, que puede ser el autobús municipal o el coche particular. Es obligatorio dejarlo en el parking previo pago de cinco euros. El bus cuesta 1,50 por persona. La carretera de acceso no se puede denominar carretera: tierra y piedras que harán las delicias (de nuevo) de los amortiguadores.
Atardecer en la playa de Mónsul Foto: Benjamín Recacha
En cualquier caso, el desplazamiento vale la pena. Encajada en un entorno precioso, con amplios bosques de agave, una enorme duna natural en el lado Este y moles volcánicas de caprichosas formas, erosionadas por el viento y el mar, en el Oeste, es sin duda una de las playas más bonitas del parque natural y probablemente de toda la península (en la Costa Cantábrica hay varias extraordinarias, como As Catedrais en Lugo, igual que en la Atlántica, con mención especial para las islas Cíes, y, por supuesto, en la Costa Brava, que tengo a tiro de piedra). La imagen más característica de esta playa es la gran roca, conocida como La Peineta, que aparece como un hongo en medio de la arena y se adentra en el mar.
Atardecer en la playa de Mónsul (La Peineta) Foto: Benjamín Recacha
Arena finísima de color negro volcánico, agua cristalina, límpida, fondo marino repleto de peces y conchas de infinitos tamaños y colores, es una playa ideal para los niños, pues apenas cubre, y los amantes de la observación de la fauna marina, pues los peces prácticamente se pasean entre las piernas de los bañistas.
En el próximo capítulo el viento será el protagonista…
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