Mira a esa chica. La conozco. Sí, creo que sí. Es ella. Es Miriam Dougan. Va a mi instituto. ¿Qué hace ahí sentada y sola? ¿Qué le pasará? Parece que no está bien.
Mírate, Miriam. Mírate si la vergüenza te permite hacerlo. Cómo estarás para que Tallie, que no te puede ver, deje que sus amigas se vayan sin ella y cruce la calle para interesarse por ti.
Mírate. Mirarte nunca te ha resultado fácil, con esos kilitos de más. Venga, no te restes gramos ni lorzas; dilo sin tapujos: eres gorda, eres fofa. Te llaman la Bufi, la Zampa. Desde primaria aguantado risas y choteos.
Pero a ti te gusta que te miren, Miriam. No puedes evitarlo. Es preferible eso a ser invisible, a ser la pringada, aunque tal vez esa visibilidad que constante e inconscientemente buscas te haga aún más patética. ¡Mirad mi flequillo, me lo he clareado! ¡Mirad mi tatuaje de mariposa sobre mi pecho! Y, claro, el consabido escotazo, para que se vea esa mariposa que resalta aún más tus voluminosos senos.
¿Qué talla de sujetador usas, Miri?, te preguntan una y otra vez Jordan y sus amigos entre risas. Y tú te ríes con ellos. Les sigues la broma. En realidad no te hace gracia, más bien te molesta, pero te ríes. Y claro, ellos continúan. Porque tu actitud los anima y alienta. Porque, en el fondo, te gusta la atención que te prestan. Porque sabes que esa es la única atención a la que pueden aspirar las que son como tú, Miriam Dougan: las gordas, las pringadas, las que no son como Paola, esa sílfide de perfecta belleza por la que todos los chicos babean y a la que a ninguno de ellos se le ocurriría preguntarle por su talla de sujetador.
Por quien tú babeas es por Jordan. ¿Y quién no? Todas las chicas del insti lo hacen. No puedes parar de mirarlo como no puedes parar de reír las bromas que no te hacen gracia ni de soltar por tu boca comentarios subidos de tono. ¡Miradme! Mirad qué guay soy, qué desenvuelta. Ay, Miri, si es que no aprendes. Si es que te lo buscas tú sola.
Y qué sabe nadie. Quien mira a Miriam Dougan solo ve a una chica metiendo tripa, intentando disimular el grosor de sus muslos y enseñando las tetas. Solo ve a una chica que no para de tontear, incapaz de andar en línea recta por el alcohol ingerido y que se queda sola con los chicos hasta las tantas (¿pero es que esa chica no tiene madre que le ponga hora y que la meta en cintura?). Nadie se molesta en mirar más allá. Nadie ve que bebes porque así te sientes guapa e invencible. Que en tus escarceos con uno y otro chico solo late la triste fantasía de que un final como el de las pelis románticas te esté destinado a ti. Pero no, sabes que no. Esos finales solo están protagonizados por chicas como Paola, tal vez como Vix, que no tiene mal cuerpo y a todos les cae bien. Vix es tu amiga. Quién te iba a decir que ibas a tener a alguien con quien salir y que no se avergonzara por ir contigo. Aun así, Vix no puede evitar poner los ojos en blanco ante tus numeritos. Pero qué sabe tampoco Vix, que siempre es el primer premio cuando salís juntas a ligar mientras que tú tienes que conformarte con ser el de consolación. Ella no tiene que anunciar a los chicos con letras luminosas que hay recompensa final. No tiene que caer bajo ni perderse el respeto. Tu sí. Y así, Miri, ¿cómo quieres que te respeten?
Míralos. Mira a tu grupo del instituto. A Vix, a Jordan, a Paola, a Tallie, a Lukas, tu amigo de siempre con quien puedes mostrarte tal y como eres, a todos los demás. Míralos, Miriam, porque, cuando termine el verano, ya no los podrás mirar igual. No sabrán cómo tratarte. Te van a decepcionar. Te van a sorprender. Míralos y mírate a ti con ellos porque ya nunca os vais a poder mirar igual.
Banco invertido, fotografía de José Carlos Cortizo Pérez bajo licencia CC BY 2.0
Mírate, Miriam. Pero mírate bien. Olvídate de todo lo que has venido escuchando desde pequeña. Olvídate de la Bufi, de la Zampa. Mírate tú, mírate a ti. Mira tu melena rizada, tus bonitos ojos, tu rostro simétrico. Mira lo simpática y graciosa que eres sin falta de hacértelo. Ojalá te miraras, Miri. Ojalá te vieras. Pero miras y lo único que ves es lo horrible que eres y lo horrible que es tu vida. Ay, Miri, aun no sabes lo que es el horror de verdad. Aún no sabes. Pronto sabrás.
Míralos a ellos, a los cuatro jinetes. Así los van a llamar. ¿Qué pasa, Miriam? ¿Te da vergüenza mirarlos? ¿Te cagas de miedo solo de pensarlo? Pues bien que te gustaba mirarlos, bonita. Mirarlos y hacer otras cosas. Y bien que deseabas entonces que todos te miraran. Que te vieran con ellos. Y es que alguien que va con unos tíos así no puede ser una pringada. ¡Miradme! ¡Miradme todos! ¡Miradme todos y envidiadme! Mirad. Mirad a esa chica. ¿No es Miriam Dougan? ¿Qué hace con esos tíos? Mira que eres tonta, Miri. Chicos como esos no se juntan con chicas como tú.
Y ahora qué, Miriam Dougan. Anda, míralos. No te anduviste con tantos miramientos para joderles la vida. Puta, guarra. Hay que ver las fotos que enviaste y las cosas que les dijiste. A quién pretendes engañar. Tú querías. Si te dejaste llevar de la mano y hasta tenías las bragas mojadas. Y esas fotos que colgaste en Facebook a los pocos días riéndote con descaro y luciendo escote. Lo que pasa es que supiste que lo habían grabado y te acojonaste. A ver cómo ibas a quedar. Qué iba a pensar de ti cualquiera que viera esos vídeos. Porque, a ver, si no querías... ¿por qué no lo dijiste? ¿por qué no gritaste? ¿por qué no te defendiste ni intentaste escapar? Cómo iban a saber ellos que no querías si todo tu comportamiento anterior daba a entender lo contrario. ¿Qué pasó con tu incontinencia verbal, Miriam? ¿Qué pasó, que de repente te quedaste muda? Ah, claro, y también paralizada. ¡Venga ya! Y ahora no puedes mirarlos. Les jodes la vida y no puedes mirarlos. Vale que son un poco piezas, pero en el fondo son buenos chicos. Y qué si quedaron para follarse a una gorda como quien queda con los colegas para jugar al futbito. Si todavía tendrías que dar las gracias por que alguien se fije en ti. Puta. Guarra. Te lo buscaste. Te lo ganaste. Te lo merecías.
Ahora todos te miran. No importa que se proteja tu identidad. Estás en boca de todos. Eres un culebrón, un reality show. Eres la puta estrella. Si hasta han escogido un color para tu causa (difícil tarea, pues la mayoría ya estaban cogidos). Te han convertido en un símbolo. ¿Cómo? Mas alto, Miriam, no te escucho. Sí, claro, ahora me vienes con lo del nudo en la garganta y con lo de la vocecilla que apenas puede salir. Ah, que tampoco querías esto, que tampoco lo buscaste. Ahora resulta que sí quieres ser invisible. ¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Que te gustaría desaparecer? Pues lo siento, bonita, pero esto no funciona así. A lo hecho, pecho. Y ahora te quedas otra vez muda porque no te atreves a decir que no hiciste nada. Porque sabes que sí hiciste.
Ascensor o escaleras?, fotografía de Cristina Valencia bajo licencia CC BY 2.0
Miraos. Miraos todos. Estáis en este libro. Estáis todos. Agachando la mirada, volteando la cara, gritando e insultando, apoyando y consolando, haciendo, quizás, todo a la vez, según con quién estemos, según con quién nos posicionemos, lo que nos vaya bien, pero todos, todos, de un modo u otro, todos juzgamos. Oh, tranquilos, no pasa nada. Miriam lo comprende. Ella hubiera hecho lo mismo. Lo estaría haciendo ahora. De no ser la chica a la que todos miramos, claro.
Menuda la que has liado, Miriam Dougan. Mira a todas esas chicas y mujeres que inundan las calles por ti. Mira cómo braman por que te hagan justicia. Cómo enarbolan tu color. Oh, no necesitas mirarlas. Ya las conoces. Son las de siempre. Copias, copias y copias de lo que ya conoces. Son demasiado parecidas a las que te gritaban gorda, a las que te pusieron el sobrenombre de la Bufi y la Zampa. Bueno, tal vez no osaran a tanto, pero sí, estás segura, son de esas que evitarían sentarse a tu lado en clase para que no se les pegara tu estatus de pringada. Míralas ahora. Dicen que están ahí por ti. Pero no, a ti no te engañan. Están ahí por ellas. Porque la causa en la que te han convertido está de moda. ¡Madre mía, qué competición! A ver quién grita más fuerte, a ver quién se indigna más ante cualquier comentario en tu contra. A ver quién se pone más medallas. Dicen que están ahí por todas las mujeres. Créelas, Miri, también algo de eso hay. Que sí, que sí, ya sé que las hay que se creen inmunes. Porque ellas no visten provocativamente. Porque ellas no se quedan solas de fiesta con hombres. Porque ellas no beben hasta perder el control. No, a ellas no les puede pasar eso. Ellas se cuidan. Pero... en el fondo.... esa duda... esa sensación de desprotección... ese desvalimiento que prevalece siempre que se está en una situación de desigualdad... Míralas, Miri. Sí, son como tú. Están cagadas de miedo.
Mirad a esa chica. Mirad a Miriam Dougan. Cristina Araújo Gámir nos la muestra. Mirad su novela. Mirad a esa chica como nunca imaginasteis que la ibais a ver. No miréis a Cristina Araújo Gámir porque no la vais a ver. Mirad, en cambio, lo que ha hecho, lo que ha conseguido. Su libro podría haber sido un auténtico fiasco, una pifia. Podría haberse quedado en la superficialidad de una ficción que recuerda mucho a un caso tristemente famoso y sensacionalista. Pero no, Araújo Gámir sabe mirar y sabe hacernos mirar. Sabe medir los tiempos y dosificar la información. Sabe jugar con las personas verbales. Sabe alternar párrafos más largos con párrafos de una sola línea que taladran. Sabe hacer real una ficción y crear personajes con una más que convincente dualidad. Sabe hacer que nos olvidemos al leerla de todo lo que sabe hacer para que solo miremos a Miriam Dougan. Así, pues, olvidaos de Cristina Araújo Gámir y mirad a Miriam. Olvidaos también de lo que simboliza Miriam y mirad a la chica de dieciocho años acomplejada, a la adolescente insegura. Miradla. Os va a doler, pero os pido que seáis valientes. Miraos.
Mira a esa chica, me dice Cristina Araújo Gámir. Y yo te miro, Miriam Dougan. Y te veo. Y te siento. Y me dueles y te lloro. Y me gustaría decirte que ojalá te vieras como yo te veo, Miri. Que ojalá te miraras con la cabeza levantada, sin sentir vergüenza, culpa ni miedo. Te jodieron la vida, Miriam. Fueron ellos los que te la jodieron a ti. Los que te violaron, los que después no te creyeron o dudaron de ti. Tú no lo buscaste. Tú no lo mereciste. Quiero que te metas esto en la cabeza, Miriam Dougan. Metéoslo todos y todas. Nadie busca algo así. Nadie, haga lo que haga o diga lo que diga, deje de hacer lo que deje de hacer o deje de decir lo que deje de decir, merece algo así.
Protesta juicio manada, fotografía de Pablo Ibáñez para Arainfo | Diario Libre d'Aragón bajo licencia CC BY-SA 2.0
Ficha del libro:Título: Mira a esa chicaAutora: Cristina Araújo GámirEditorial: TusquetsAño de publicación: 2022Nº de páginas: 376ISBN: 978-84-1107-174-1Comienza a leer aquí
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