Estos últimos meses me está costando mucho ser constante con la escritura. Hace unos días, sin embargo, recordé una imagen, y acto seguido desarrollé una reflexión tan sencilla como contundente. Corrí a escribirla. Sólo dos líneas, pero supe que detrás se escondía una historia, y, efectivamente, al día siguiente empezó a surgir. Es lo más extenso que he escrito este año, y por fin siento que hay mucho más que explicar. De modo que he decidido hacer como con Escapando del recuerdo, e ir desarrollándola por entregas en Salto al reverso. Es también una forma de que mi yo escritor/procrastinador se comprometa a seguir tirando del hilo. A ver qué sale.
No se giró. Me quedé esperando hasta que llegó a la esquina, pero no se giró, y algo en mi interior me dijo que aquella sería la última vez que nos veríamos...
Noto una leve presión en el brazo, y veo que la causante es una mano con anillos en cada dedo. Tienen forma de flor. Cada una de un color diferente.
—¿Dónde te has ido?
Levanto la cabeza y me encuentro con unos ojos preciosos. Son verdes, creo. También podrían ser de uno de esos tonos marrones que confundo con el verde.
—Sigo aquí.
También mi tarrina de helado de after eight, sólo que ahora es una sopa de menta con tropezones de chocolate negro.
—¿Por qué aceptaste la cita?
Los ojos verdes, o marrones, forman parte de un rostro que los cánones de belleza no calificarían…
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