En este pueblo tan apartado de todo, territorio de Teruel, no acaba la carretera. Pero mientras te vas acercando a esta villa, sientes como si te fueras aproximando al vacío más absoluto, al silencio. O a la soledad vestida de la belleza más sencilla y pura.
Circulamos por unas carreteras muy estrechas a través de un mar de montañas que son las culpables de que se halle todo muy lejos del bullicio de alguna ciudad. Avanzamos tranquilamente desde otro de los pueblos hermosos del Maestrazgo, Cantavieja. Poco a poco cogemos confianza y nos adueñamos del asfalto. Porque por aquí, el tráfico rodado escasea. Pero nos puede ocurrir que en esa confianza extrema, detrás de cualquier curva, aparezca moviéndose lentamente la silueta de un pequeño tractor que nos obligue a corregir el rumbo. Y de pronto, en medio de esa soledad de la naturaleza, aparece la silueta de un pueblo amurallado, Mirambel. Una villa que ya, a simple vista, nos da la sensación de que es sobria, robusta y sosegada.En medio de un valle. A la orilla del río Cantavieja. Entre montañas erosionadas y bosques de encinas y robles. Entre cultivos dedicados a la almendra, avellanas y uvas.Y si miramos hacia el horizonte vamos a sentir que esta tierra tan peculiar esconde en sus montes y valles verdaderas joyas naturales para que las recorramos pausadamente. Es el Maestrazgo otra forma de vida, de sensaciones y de descanso.Aquí vivieron musulmanes que fueron obligados a abandonarlo después de la Reconquista; templarios que se establecieron en su castillo y que construyeron el recinto amurallado de Mirambel. Carlistas que eligieron este pueblo como centro de operaciones de Aragón, Valencia y Murcia Hubo un tribunal de secuestros y otro de diezmos y hospitales. Y dependencias de la Imprenta Real…
Todos encontraron aquí su centro estratégico privilegiado. Y como no, también la Guerra Civil tuvo su protagonismo en este castigado rincón del Maestrazgo. Aquí, de murallas hacia dentro, convivieron personas humildes y familias muy ricas y nobles.
No fue por casualidad que el escritor Pío Baroja eligiera Mirambel para aislarse del mundanal ruido. Silencio y tradiciones que le inspirarían para escribir ‘La Venta de Mirambel’
Quiso aislarse en estas tierras recónditas del Maestrazgo de Teruel porque en ellas encontró una marcada personalidad en sus habitantes. Porque siempre quisieron ser independientes de Aragón y lejanos a la influencia que podía ejercer Valencia.Los montes áridos y truncados, las tradiciones más arraigadas, los rostros marcados por el duro trabajo de toda una vida…Todo le sirvió a Pío Baroja como fuente de inspiración.
Se alojó en una pequeña pensión, no por casualidad, en frente del Convento de las Monjas. Y entre cantos gregorianos y el chirriar de los carros al transitar por las calles fue tejiendo su obra.
Quiso alimentarse de la vida diaria de estas personas. De lo cotidiano. De sus emociones, deseos, sueños, decepciones y anhelos. De las aventuras que los comerciantes le contaban cada tarde en la venta que había cercana a Mirambel. Lo vivió en su propia piel y describió así el pueblo de una forma apasionada.Tampoco fue casualidad que la Reina Doña Sofía acudiera para conceder la medalla de oro gracias al premio de Europa Nostra. Acudió a Mirambel, pero lo hizo trasladándose en helicóptero. Sí. Posiblemente para evitar alguna posible indisposición por el estado de las carreteras y de sus numerosas curvas…
Se concedió el premio Europa Nostra por la cuidadosa restauraciónque, convirtió el pueblo, en un escenario cinematográfico. Un gran impulso para sus habitantes que ya habían visto su hogar relegado al olvido y engrosando la lista de los pueblos abandonados de Aragón.Emigraban sus habitantes y las casas solariegas y los palacetes se iban quedando vacíos, huérfanos, condenados a la ruina, al capricho del tiempo y de la climatología. Relegados al olvido sus retazos históricos, sus tradiciones, sus miradas, sus vivencias...
Preferían buscar fortuna en Cataluña o Valencia. Pero todo cambió. Y este reconocimiento ilusionó a los que no quisieron abandonar. A los que prefirieron seguir labrando la tierra o cuidando el ganado. Volvieron a sonreír para provocar fuertes latidos de vida a este decorado de piedra, hierro y madera. Tan bello y tan sencillo.En nuestro paseo por Mirambel es muy posible que no encontremos a nadie. Excepto algún viajero cámara en mano como nosotros. Podremos pasear por un pueblo que sigue manteniendo la misma tranquilidad que las sierras que lo abrazan.
Un callejear entre casas de piedra, ventanas con rejas forjadas, escudos y aleros de madera labrada tan típicos en Teruel.
Un torreón circular nos recibe como guiñándonos un ojo porque en lo más alto tiene unas bellas celosías de barro con motivos islámicos. Entramos por el único portal por el que podían entrar los carros. Era, en aquel entonces, el más ancho. Y cuando lo traspasamos sentimos un escalofrío en la espalda, una sensación extraña. Y nos giramos y no hay nadie. Pero instintivamente alzamos la mirada y vemos un inquietante mirador lleno de celosías. Y no sabemos si detrás de ellas puede haber alguien observándonos…
La sensación puede seguir tanto como nuestra imaginación nos deje. Porque a la derecha tenemos el Convento de Monjas que inauguró Felipe II y una iglesia que solo puedes visitar si contratas una visita guiada. En su interior hay más celosías desde donde las monjas de clausura escuchaban la misa.
En la fachada larguísima del convento sobresalen miradores de madera labrada. Nos preguntamos si a estas mujeres las dejaban asomarse a la calle desde aquí...
A nuestra izquierda, en una casa pequeña que se abre a un pequeño callejón nos encontramos el hostal donde se alojó Pío Baroja.Callejeamos y nos dejamos llevar por la sencillez de estas casas de piedra. De vez en cuando algún palacete nos recuerda que Mirambel fue residencia de nobles. Casonas muy grandes, con ventanas protegidas de rejas de hierro, aleros de madera, puertas de medio punto, detalles de madera tallada. Hay algo muy curioso que puede pasar completamente desapercibido a la vista de cualquiera de nosotros. Pero ya no lo va a ser. Porque si nos fijamos en los portales de los palacetes y casonas veremos que en un lateral hay unas inscripciones de pintura (algunas casi están borradas) con un rango militar y un número. Estas pinturas tuvieron su origen durante las guerras carlistas en las que se obligaban a los dueños de estos edificios a dar alojamiento y comida a algún alto cargo y a un número determinado de caballos.
Llegamos hasta la plaza donde nos encontraremos con el Ayuntamiento y la Iglesia de Santa Margarita. Este edificio fue restaurado no hace mucho tiempo ya que fue incendiado durante las guerras carlistas en el Maestrazgo (siglo XIX). Tuvieron que reconstruirlo prácticamente en su totalidad. Aún podemos ver las huellas del incendio en su portal.
Fue el jefe de operaciones de los carlistas quien, sorprendentemente, ordenó incendiar la iglesia cuando se enteró de que un grupo de liberales se había cobijado en su interior. Seguro que estos hombres pensaban que el templo era el lugar más seguro para esconderse.En la esquina de esta plaza existe otro detalle muy curioso. Si elevamos la mirada veremos un extraño reloj de sol. Tiene forma de media luna. Es un reloj de sol árabe.
En frente de la iglesia nos encontramos con el Ayuntamiento. Un sencillo edificio porticado. Seguro que nos llama la atención una pequeña ventana con reja de hierro que nos hará pensar que pudo ser el calabozo del pueblo. En la parte trasera se halla la Oficina de Información y Turismo donde podemos contratar una visita guiada o pedir cualquier consejo sobre el Maestrazgo de Teruel.Si seguimos callejeando orientándonos hacia las afueras del pueblo nos encontraremos con unas ruinas que están valladas. Todas estas piedras que hoy se amontonan en la tierra o los pocos muros que siguen combatiendo el transcurso del tiempo fueron el origen de Mirambel. Aquí se estableció su castillo templario.
Podemos salir fuera del recinto amurallado por cinco portales diferentes. En dirección hacia uno de ellos que nos lleva a los huertos que hay en la ribera del río Cantavieja vamos a poder observar algo muy extraño. Una pequeña construcción de cemento en la que vemos varias capas transversales donde se asoman una serie de tuberías de diferente tamaño.
¿Te gusta la fotografía? ¿Has estado fotografiando los detalles que te han parecido interesantes? Y… ¿No te has dado cuenta de que no necesitabas cambiar de posición una y otra vez suspirando al mismo tiempo que te irritabas porque te molestaban los cables de la luz o del teléfono? ¿A qué no?
¡Cuánto agradecemos este detalle! En Mirambel ¡no están visibles! Todo el cableado es subterráneo. Está enterrado junto a las tuberías. Y por encima de todo este entramado la calle empredada. Esta pequeña construcción nos muestra como es el subsuelo de Mirambel.
Un Mirambel con mirada bella. Como creada para una película pero para disfrutarla a plena luz del día. Saboreándola con el trasiego de nuestros propios pasos y con una gran admiración por este bonito rincón del Maestrazgo que supo remontar y no caer en la lista de pueblos abandonados.
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