Quizá algunos recuerden aquellas bandas surgidas a finales de los años ochenta y primera mitad de los noventa, que mantenían sobre el escenario una actitud ensimismada y aparentemente ajena a la existencia de esa cosa llamada público, permaneciendo de esta manera casi inmóviles y concentrados únicamente en la música que estaban tocando. Esa actitud como de estar casi permanentemente mirándose los pies sobre el escenario hizo que la prensa musical inglesa denominara a ese movimiento y al sonido distintivo de esas bandas shoegaze o shoegazing. Estilísticamente se caracterizaban por usar guitarras fuertemente distorsionadas y con múltiples efectos de pedal (lo que aumentaba la sensación de que a lo único que se dedicaban era a mirarse los pies), y por unas voces cargadas de sentido de la melodía (lo que emparentaba a algunas de esas bandas con el dream pop) que sonaban sin embargo a un volumen más bajo de lo habitual, casi como si se tratara de un instrumento más al que no había que dar mayor protagonismo. El ejemplo más paradigmático quizá sea el de My Bloody Valantine, a quienes nunca he terminado de pillar el punto, por cierto, y junto a ellos bandas como Ride, Lush, Slowdive e incluso ciertos momentos de Galaxie 500. Pese a que ese movimiento como tal no tardó en desaparecer ante el empuje de propuestas como las de Seattle o el denominado BritPop, no faltaron desde entonces bandas que incorporaran a su estilo elementos de shoegaze (el cual ya bebía a su vez de otras influencias, como Sonic Youth o Jesus And Mary Chain), en este sentido podemos citar a The Raveonettes, M83, The Horrors o los imprescindibles Deerhunter, por poner algunos ejemplos, que en mayor o menor medida han venido incorporando esos elementos a su música. Y así hasta llegar a la presente década, en que el shoegaze parece estar viviendo un resurgir de la mano de un buen puñado de nuevas bandas que poco a poco lo están volviendo a convertir en moda o en movimiento.
Y ahí es donde entro yo, porque, pese a tanto rollo, lo cierto es que en su momento apenas presté alguna atención a esa primera oleada de shoegaze y las bandas que lo practicaban (recuerdo haber comprado un disco de Ride cuyo título he olvidado y que Slowdive, pobre de mí, bestia ignorante, en aquel entonces me parecían sosos y aburridos), y no ha sido hasta muchos años después que he empezado a interesarme verdaderamente por algunas de aquellas bandas. En ello, además de la recomendación de algún amigo, ha tenido mucho que ver la cantidad de nuevas bandas que están retomando y actualizando ese sonido. Es a algunas de estas nuevas bandas que, ahora sí, suenan en mi reproductor, a las que quiero dedicar esta entrada. Vamos pues, con el shoegazing de nuevo cuño, o lo que es lo mismo: los viejos parámetros de muro de distorsión, fuerte sentido de la melodía y espíritu indie, en manos de las nuevas generaciones. Estas son algunas de esas bandas:
Deafheaven: Han salido varias veces en el blog en los últimos meses, pero no me canso de ponerlos. Su utilización del shoegaze para adentrarse en los territorios del black y del post metal, hace de ellos la propuesta más dura, pero quizá también la más interesante. Si no puedes con el metal extremo, mejor ahórrate su escucha y pasa a la siguiente banda.
Whirr: Una preciosa combinación de dream pop y shoegaze de sonido etéreo y melancólico. Melodías delicadas y angelicales, uso minimalista de la electrónica y guitarras distorsionadas y llenas de efectos.
True Widow: El shoegaze y el post punk se dan la mano para crear un sonido de oscuridad casi gótica. Una de las propuestas más reconocibles y diferenciadas dentro este nuevo resurgir del género. Hipnóticos.
Nothing: Quizá sea la propuesta más equilibrada y accesible. Canciones perfectas y medidas llenas de melodías esplendorosas que te hacen levitar entre muros de distorsión. La esencia del género. Un valor seguro y quizá uno de los discos del año.