Las estamos pasando canutas. Así, sin paliativos, eufemismos ni subterfugios de ningún tipo. Mismamente las de Caín. Lo digo alto y claro a quien quiera escucharlo y, sobre todo, se lo digo a quien, periódicamente y haciendo uso de una consanguinidad libertina, deposita en la bandeja de entrada de mi correo electrónico mensajes presuntamente compasivos interesándose por si me va regular, fatal o estrepitosamente mal.
También a quien, habiéndome puesto en el mundo, se harta de llamar por teléfono para saber qué tal yo y mis niñas y tal y Pascual sin que le tiemble la más mínima gota de sangre cuando, a la pregunta directa e impúdica de cómo estamos _si comemos, vamos, venimos o cagamos_ una responde abundando en espeluznantes detalles que a punto de naufragar.
Miren ustedes, queridos parientes de primera y segunda sangre... La cosa, como digo al inicio del post, anda jodida por estas latitudes. Pero bien jodida. Ya sé que esto les pone muy tristes y les causa una inmensa congoja. No tanta como para producirles un ataque repentino de solidaridad _¡faltaría más!_ aunque sí la suficiente como para, salvando la poca vergüenza, atreverse a manifestarme una preocupación de pacotilla que debe dejarles la conciencia como una patena.
Me pregunto si, en vez de consternación sincera, no les mueve en relación a mí y a los míos más que el morbo de ver que no llegamos a fin de mes, que este año, sencillamente, en casa no se pone la calefacción porque no podemos permitírnosla, que en esta familia hemos abandonado _a mi pesar_ el cerdo, la ternera y el pollo en favor de las posibilidades culinarias del jamón york y las salchichas Frankfurt o que, con gran dolor de mi corazón, por estos pagos hace meses que no se compran zapatos ni ropa por ser un 'dispendio' económicamente inviable.
Ya sé, queridos míos, que ustedes no me deben nada y que, probablemente, estén cargaditos de razones para no echar el más mínimo cable a este lado del Mississippi. Después de todo, soy yo quien, hace más de medio año, dejó su trabajo fijo para embarcarse en un proyecto que no acaba de arrancar por cuanto aquí ni Dios paga por usar una red social de nuevo cuño. Así venga ésta a dar espacios de diálogo y libertad a quien lleva berreando por ellos varias centurias.
Como digo, no me deben nada. Yo tampoco a ustedes. Ni en esta ocasión ni en otras similares _aún soltera y sin hijas_ se les ha visto el plumero o la sangre más que para llenar _a veces, a regañadientes_ algún carro de comida. Bien saben que esos carros los pagué yo en mi infancia sobradamente con sangre, sudor y lágrimas, así que estamos a cero. Sin deudas y en paz.
Ahórrenme, no obstante, las lágrimas de cocodrilo y las preocupaciones de salón. No escriban, no llamen, no jodan, no hurguen ni pregunten ni digan ni vengan.
Y, por favor, si alguna vez nos cruzamos por la calle, hagan exactamente lo mismo que están haciendo ahora.
Mirar para otro lado.