Para quien escribe, la mejor película de Frank Capra, con diferencia, abandona sus sentimentalismos facilones y las sensibleras historias sobre el anónimo héroe americano que se sobrepone a los dramas de la Gran Depresión para abrazar con ironía y mala baba la encantadora historia de dos angelicales ancianitas que suelen enviar al otro barrio a todo señor mayor desamparado que hallan en su camino. La que podría considerarse como la mayor rareza de la familia tiene en abierta competencia al primo que se cree el presidente Teddy Roosevelt, al hermano criminal que se parece a Boris Karloff, y a Mortimer Brewster, crítico teatral y columnista decidido enemigo de la institución matrimonial que, paradójicamente, está a punto de casarse con una hermosa joven. Capra construye así una magistral comedia en la que todos sus participantes, desde los guardias que hacen la ronda por el barrio al taxista que aguarda en la puerta durante todo el filme, están como verdaderas cabras. Para muestra, la escena en la que Mortimer descubre el “pasatiempo” de sus ancianas tías, todo un prodigio de comicidad del actor más elegante que jamás haya aparecido en pantalla. Una película desternillante, deliciosa, una carcajada continua.