Revista Arte
Mis mejores lecturas del año 2017: un juego de máscaras sin otro propósito que el del silencio
Por Asilgab @asilgab1.- JAMES SALTER, LA ÚLTIMA NOCHE: AQUELLO QUE NUNCA LLEGAMOS A SERLos relatos de Salter son como retratos de atardeceres, donde la interposición de los reflejos del sol sobre la proximidad de la noche no hacen otra cosa si no anunciarnos la cercanía de la penumbra, una penumbra que nos lleva a visualizar el fracaso, pero también la desnudez de aquello que nunca llegamos a ser. La fragilidad del éxito, la felicidad o la eterna juventud son el abono con el que los protagonistas de estos relatos siembran sus recuerdos. Recuerdos de otra vida, de otra meta e incluso de otra forma de ser que se quedaron en el camino. Esa cara oculta de la felicidad, en el caso del universo literario de James Salter, nos lleva hasta la traición, la expiación de la culpa y el miedo a cambiar de vida. Como quedó dicho en alguna de las entrevistas que le hicieron, su forma de escribir se asemeja a la de un avión que sobrevuela nuestras vidas. Con frases cortas, cambios de orientación en la historia —que lo acercan al mundo del cine—, y sobre todo, con su magistral manejo de la elipsis, Salter es capaz de crear en pocas páginas toda una vida, o extraer de ella lo que en verdad es importante. Esa presencia de atajos a la hora de afrontar un relato corto, le convierten en un narrador incisivo, cortante y cruel que, sin embargo, el lector agradece pues le sitúa en esa cara menos amable de la existencia humana, ésa que le obliga a replantearse una y otra vez sus puntos de vista y las circunstancias que los rodean.
2.- ELIZABETH SMART, EN GRAND CENTRAL STATION ME SENTÉ Y LLORÉ: UNA EXACERBADA ANATOMÍA DEL AMOREl amor tiene múltiples representaciones, y se muestra ante nosotros de diferentes maneras, pero el amor que nos describe Elizabeth Smart en Grand Central Station… es un amor líquido: «Todo lo inunda el agua del amor: de todo lo que ve el ojo, no hay nada que el agua del amor no cubra». Todo fluye en este relato cual río del amor, porque para ella ese sentimiento posee la cualidad de la licuosidad capaz por sí misma de derribar barreras, adueñarse de todos los territorios sin explorar, o inundar cualquier resquicio de nuestras entrañas hasta llegar a la sangre. Amor cristalino lleno de pureza, pero también amor rojo teñido de sangre. Sangre cargada de la pasión capaz de generar una nueva vida…, sangre de menstruación que significa la pérdida del fruto natural del amor.., y sangre limpia que se derrama a borbotones fuera de las venas para dejarnos sin nada. En Gran Central Station… representa la suntuosidad del amor, pero también, el viaje de libertad y dolor que Elizabeth Smart inicia cuando se enamora del poeta George Barker sin conocerle. A día de hoy, En Gran Central Station… está considerada como un clásico de la literatura, y uno de los hitos dentro de lo que se ha dado en llamar como literatura feminista, pues se encuentra en ese doloroso Olimpo junto a títulos como: Jane Eyre de Charlotte Brontë, Ancho Mar de los Sargazos de Jean Rhys, Al despertar de Kate Chopin, o Una habitación propia de Virginia Woolf. Y quizá haya pasado a la historia de la literatura como un clásico, porque en esa batalla contra el mundo y contra sí misma, Elizabeth Smart asumió el mayor de los riesgos: difuminarse en el devenir de sus días aún a riesgo de perder su faceta creativa, lo que sin embargo no la desanimó para hacer frente a su reto de enarbolar el amor incondicional hacia la persona amada.
3.- ROBERT WALSER, EL PASEO: EL CAMINO COMO GRAN METÁFORA DE LA VIDA Adentrarse en el universo literario de Robert Walser es hacerlo en un torrente de palabras que te sumergen en un abismo intelectual y narrativo que no te deja indemne. Su mirada hacia el mundo desde la parquedad de lo cotidiano no para de abrirnos nuevas sendas que nos llevan desde lo más anecdótico a lo más profundo con sublimes momentos plagados de ironía, laconismo, humor, y cómo no: melancolía. Nada escapa a la vista del escritor suizo ni a su prosa que, de una forma afilada, nos presenta su necesidad de pasear como un camino inagotable que representa la gran metáfora de la vida, porque eso son sus definiciones, por ejemplo, acerca del recaudador de impuestos, su sastre o su visita a la señora Aebi. Su capacidad de asombro ante las más sencillas de las imágenes: «El mundo matinal que se extendía ante mis ojos me parecía tan bello como si lo viera por primera vez», es la que el escritor suizo nos transmite a los lectores cuando caemos por ese barranco pleno de sensaciones inagotables e irrepetibles, en ocasiones plagadas de nombres o adjetivos; en otras de sentencias o frases magistrales: «A veces ando errante en la niebla y en mil vacilaciones y confusiones, y a menudo me siento miserablemente abandonado», dando muestras que en lo cercano y cotidiano se encuentra la esencia de la vida. El escritor Enrique Vila-Matas nos dice que «Robert Walser, sólo respira paseando, sólo respira con una prosa que pasea y es amiga declarada de vagabundear...»; y es ahí, en ese vagabundeo donde Walser nos sujeta con firmeza para no soltarnos hasta la última palabra.
4.- FLEUR JAEGGY, LOS HERMOSOS AÑOS DEL CASTIGO: LA FRÍA VOLUPTUOSIDAD DE LA ADOLESCENCIAArrebatarle a la vida las coordenadas del destino para reescribirla bajo la fría voluptuosidad de la adolescencia. Adivinar esos espacios por donde se nos escapan los días con la sola necesidad de taparlos para que todo se convierta en un espacio oscuro y frío donde antes reinaba la luz, o percibir el mundo desde un punto de vista único y diferente como el remero que boga contracorriente por mucho que sepa que sufrirá un duro desgaste antes de llegar a su destino: una bendita isla en la que sólo hay espacio para sí mismo y un mundo inteligente y perverso, lacerante y virginal, formal y caprichoso como sólo lo pueden ser las metas con las que soñamos en nuestra adolescencia. A todo ello, hay que unir un estilo narrativo preciso, inquietante y sugerente, tanto en los elementos literarios como vitales, y con los que la escritora suiza afincada en Milán, Fleur Jaeggy, nos muestra su experiencia cuando tenía catorce años en el internado femenino situado en el cantón suizo de Appenzell y su relación con la enigmática Frédérique, porque si algo sobresale por encima de las múltiples bondades de esta nouvelle reconvertida en obra esencial es su capacidad de mostrar. El universo que nos propone Jaeggy es eso, el inicio de un camino que el lector debe de tratar de terminar. Sugerir sin manipular, para llegar a las entrañas de aquello que nos es narrado, combinando el arte de la paradoja y, con él, tratar de que entremos en su tenebroso juego: «Su belleza se había convertido en una parodia. En la juventud se anida el retrato de la vejez, y en la alegría el agotamiento…», hasta convertir ese juego con las palabras en puro arte narrativo.
5.- KNUT HAMSUN, LA BENDICIÓN DE LA TIERRA: LA SEMILLA DE LA VIDA QUE CRECE ENTRE EL CUERPO Y EL ALMA El inicio de esta novela se parece mucho a la creación del mundo que se narra en el Génesis (algo que también hizo Albert Camus en su novela inacabada “El primer hombre” cuando comparó su nacimiento en una aldea de Argelia con el del Niño Jesús). En este caso, el protagonista de La bendición de la tierra, Isak, llega a una tierra inhóspita y virgen; una tierra que apenas los lapones han logrado pisar en su tránsito por las grandes montañas noruegas. Allí, llega nuestro hombre-dios sin nada más en su haber que la semilla de la vida que crece entre el cuerpo y el alma. Esta novela-mundo comienza así: «¿Quién trazó el largo, larguísimo sendero que recorre las ciénagas y los bosques? El hombre, el ser humano, el primero que llegó a esta tierras», una sensación de querer empezarlo todo desde la nada, que la convierte en una manifestación de ese inabarcable afán de Hamsun por apoderarse de la vida, el mundo y el ser humano, algo que ya consiguió en su primera y celebrada novela, Hambre, donde su anónimo protagonista ensalza la creación —literaria en este caso— desde la más abrupta miseria y desesperación hasta la mayor de las cumbres a las que el hombre pueda llegar nunca jamás. Esa capacidad para abarcarlo todo es también la que está presente en cada una de las páginas de esta novela, La bendición de la tierra, por la que el autor noruego recibió el Premio Nobel de Literatura en el año 1920; un año en el que el mundo todavía sólo podía fijar su mirada sobre el autor noruego a través de su obra literaria, desbastada años más tarde por su apoyo al nazismo.
6.- PATRICIA ALMARCEGUI, LA MEMORIA DEL CUERPO: EL VIAJE DEL ALMA A TRAVÉS DE LOS GESTOS, LA MÚSICA Y EL CUERPOLa concepción del viaje puede ser tan amplia como uno sea capaz de imaginar: infinita si queremos conquistar el horizonte, o ínfima si visitamos a cada momento nuestras entrañas. La vida es un viaje y sus diferentes etapas, algo que olvidamos en demasiadas ocasiones, pues somos víctimas de nuestras propias cadenas. En este sentido, La memoria del cuerpo de Patricia Almarcegui es un viaje a través de los gestos, la música y el cuerpo, pero sobre todo, es una reivindicación de la libertad que va más allá de las propias imposiciones. El estilo narrativo de Almarcegui es amplio, de miradas largas con las que trata de atrapar aquello que normalmente no vemos: la esencia de los gestos. Con un perfecto dominio de las elipsis, nos pinta el paso del tiempo con trazos gruesos y matéricos, pero también indefinidos y evanescentes, que nos hacen perdernos en esa otra parte de aquello que no se nos cuenta y, que tan sólo nos insinúa, en una suerte de recreación de la otra vida que respira pasión y ternura, egoísmo y derrota, amor y sexo a partes iguales, igual que si todo surgiera de un combate entre el corazón y el alma. Novela prodigiosa en cuanto a lo propuesta, pues va más allá de la autoficción o las memorias. Novela mapa, pues nos muestra una ciudad de San Petersburgo majestuosa y única a través de los ojos y los sentidos de una maña acostumbrada a observar los desiertos. Novela sensorial por la capacidad que tiene a la hora de hablarnos de la luz, ésa percepción de la vida que nos va cambiando con el paso del tiempo. Y novela música, por la complicidad que demuestra en los movimientos, no sólo de su estructura, sino también en la forma de afrontar la escritura.
7.- RAY LORIGA, RENDICIÓN: LA TRANSPARENTE FALACIA DEL ESTADO DEL BIENESTAR EN CLAVE DE FÁBULA Y LEXATIN¿Quiénes somos de verdad?, esa es la pregunta que Ray Loriga se hace en su nueva novela, Rendición, como si fuera un Gulliver distópico que necesita de la mirada de los demás para saber cuál es el propio tamaño de su valor, y de paso, de su existencia y el mundo. Aquí, el autor arriesga, y podríamos decir que sale victorioso, pues ha trazado la línea de lo admisible y lo previsible para saltársela desde la primera línea y atreverse a romper con el resto de su producción literaria hasta el momento. Hay libros necesarios, libros arriesgados y libros valientes, de ésos que nadie pide ya a los libreros, y éste es uno de ésos, pues está concebido y escrito para romper fronteras e instalarse en el terreno de las incertidumbres, los miedos y la introspección que, de una forma aparentemente sencilla, nos llevan hacia la reflexión acerca del mundo que hemos creado, del mundo en el que vivimos y del mundo del que parece nada esperamos salvo la eterna felicidad. El protagonista de esta novela no tiene nombre, pero desde ese anonimato tan universal es capaz de enfundarse el disfraz de la duda que le lleva a buscar en la oscuridad y en la necesidad de sentirse un antihéroe. El olor a tierra mojada o la percepción del cambio de la luz a lo largo del día son percepciones con las que se alimentan nuestros sentidos, y que a su vez, nos producen sentimientos como el amor o el odio, y no sólo eso, pues son cambios que van más allá de la transparente falacia del estado del bienestar en clave de fábula y lexatin en el que se está convirtiendo este mundo plagado de autocomplacientes. Hay que reivindicar la duda, la oscuridad y la infelicidad a prueba de orfidales y valliums antes de caer en el abismo de la nada más absoluta. Y eso, a al menos, es lo que parece mostrarnos Loriga a la hora de plantearse un largo y profundo diálogo interior de más de doscientas páginas que, en sus inicios, nos recuerda a La carretera de Cormac McCarthy, y esa destrucción de un mundo de la mano de un hombre que sólo precisa de su ego para salir adelante.
8.- GONZALO CALCEDO, LAS INGLESAS: EL TRÁGICO PODER AL QUE SE ENFRENTA LA FRÁGIL ADOLESCENCIAHay espacios en nuestras vidas que son como cámaras oscuras y vacías, donde no hay más vida que la de unos iconos imaginarios que se difuminan de una forma silenciosa en nuestro interior, sin que por ello, seamos capaces de quitarnos de encima la inadaptación y la desmesura que llevamos pegada al cuerpo desde el triste momento que nos cambia la voz. Tan irreconocible nos resulta a cada uno de nosotros nuestra adolescencia, como irreconocible fue nuestro primer amor o la pérdida de la infancia, porque todo se parece demasiado a tener que salir de esa cámara oscura y vacía en la que nuestros miedos y demonios no son visibles por el resto. Retar al mundo y retarse a uno mismo es una de las mayores tragedias a la que debemos enfrentamos, pues en demasiadas ocasiones ninguno de nosotros se interesa por ese anodino y gigantesco espacio exterior que nos rodea. En este sentido, la adolescencia es la reclamación de ese territorio propio en el que nadie más que uno mismo emite el pasaporte necesario para poder entrar en él. El mundo de un adolescente es una burbuja que, en demasiadas ocasiones, es transparente y frágil como la más fina de las pieles, y es ahí donde el carácter se moldea, y lo que llamamos vida, se nos muestra despiadada, pues no nos tiene en cuenta. Una trágica inadaptación a la que contraponemos una inabarcable desmesura y una hostil rebeldía, con las que huimos de un entorno que no aceptamos, ya que nadie acepta esa conquista de la libertad propia que nos sirve de llanto incomprendido. Muchas de estas circunstancias, a las que un adolescente se enfrenta en su vida, son bajo las que se construyen los relatos de Las inglesas, donde Gonzalo Calcedo, de nuevo, nos da muestra de su maestría como cuentista.
9.- ANDRÉS ORTIZ TAFUR, TIPOS DUROS: HOMBRES QUE LUCHAN CONTRA SÍ MISMOS, DESPELLEJANDO A SUS SUEÑOS Y A SUS MALDICIONESHay que tener valor para afrontar la realidad —la del día a día—, ésa que no es como nos la imaginamos de pequeños ni como la que sale en las películas o en los anuncios de la televisión. Sin embargo, la verdadera encrucijada no es ésa, sino las opciones a tomar ante la situación a la que sin darnos cuenta nos vemos abocados. Así nos ocurre que, podemos dar vueltas y vueltas sin salir del punto de partida, o también huir, sin por ello desterrar a nuestros miedos del corazón. De una u otra forma, siempre perdemos algo por el camino. A veces es la dignidad, otras la cordura o incluso la ilusión por aquello que creíamos que siempre sería nuestro particular altar sagrado. La vida en solitario o la vida en pareja se parecen en los sortilegios mentales que volcamos sobre los demás. En el primero de los casos, lo hacemos sobre nuestra sombra cuando adopta la forma de conciencia, y en el segundo, lo manifestamos en el otro, para de esa forma no tener que arremeter contra uno mismo. En muchos de los relatos de Tipos duros, se concitan todas y cada una de las circunstancias señaladas, porque, sin duda, muchos de ellos son la radiografía de esa huida sin valor que no describe otro dibujo que el del propio círculo en el que estamos metidos.
10.- CARLOS TAIBO, COMO SI NO PISASE EL SUELO: EL ROSTRO MÁS HUMANO DE LOS SILENCIOS Y MULTIPLICIDADES DE PESSOAUna de las muchas frases que el poeta portugués dejó escritas antes de su muerte: «morir es sólo dejar de ser visible», con el tiempo, sin embargo, se ha convertido en una paradoja más de su vida y de su obra, porque igual que si fuera un fantasma que tiene la cualidad de la ubicuidad, Fernando Pessoa se no aparece aquí y allá como un dibujo desfigurado de su pretendida y anónima esencia —a él no le gustaba salir retratado en fotografías no fuera a ser que en ellas perdiera parte de su alma— en llaveros, camisetas y carteles publicitarios que de cuando en cuando, y según pasa el tiempo, más de vez en vez, pueblan las fachadas y las tiendas de Lisboa como un reclamo turístico más a añadir a la saudade —término inclasificable, ingobernable e indefinible—, que eso sí, se difumina con la primera neblina que recubre Olissippo muchas mañanas. Un manto de seda que por muy literario, poético y bello que nos parezca, no es real, como tampoco es real la imagen del poeta que recubre gran parte de su amada ciudad, porque más allá de parecernos un fantasma de sí mismo, es la caricatura que el destino, su destino, se ha encargado de asignarle lejos de su leyenda literaria, que ésta sí, es directamente proporcional, al número de papeles, legajos o documentos que van saliendo a la luz, fruto del trabajo de documentación e investigación que sobre los mismos se lleva haciendo desde el año 1979 cuando fueron donados por sus familiares a la Biblioteca Nacional de Portugal. Ahí es donde en verdad conoceremos al escritor y al poeta, y donde a su vez, sale ganando el artista, pues sólo tiene que hacer frente al destino a través de su obra. En este sentido, y en nuestra ayuda, Carlos Taibo en su libro titulado, Como si no pisase el suelo (Trece ensayos sobre las vidas de Fernando Pessoa), nos muestra el rostro más humano de los silencios y multiplicidades de Pessoa a lo largo y ancho de su vida, parándose en esos pequeños detalles, casi anónimos, que buscan el lado más cotidiano de una personalidad tan compleja como la del lisboeta, sedentario en lo geográfico pero gran explorador en lo literario. Ese uno entre muchos, al que siempre se nos alude, aquí sale retratado desde la multiplicidad del día a día de quien sube y baja, se retrata y se borra, se envalentona para después retroceder…, y sobre todo, desde esa perspectiva donde le intuimos arrebatado y conquistado a la vez por sus múltiples contradicciones, porque igual que su arcón mágico está repleto de proyectos inacabados, su vida se nos presenta como algo inconcluso, heterogéneo, anárquico y lírico, como sólo puede serlo la existencia de los genios.
Ángel Silvelo Gabriel