Revista Cine

Mis películas favoritas (VIII): Amanecer

Publicado el 03 noviembre 2008 por Héctor

Un intertítulo al comienzo del metraje ya nos pone sobre aviso. Dice algo así como "igual que el Sol, que sale y se pone todos los días, ya sea en la ajetreada ciudad o en el amplio cielo del campo, la vida es siempre lo mismo. A veces amarga, a veces dulce". Y tiene razón, para qué nos vamos a engañar.
Esta es la premisa que Amanecer (Sunrise: A Song of Two Humans, 1927) lleva hasta la exageración en hora y media de película. Melodrama y comedia a partes casi iguales, pasando de una situación a otra sin solución de continuidad, y mostrando las dos caras de la vida de una manera extrema, sin medias tintas. Así, el primer tercio del film es un drama puro, sin concesiones. Una pareja de granjeros ve amenazada su felicidad cuando aparece una sofisticada mujer de la ciudad que seduce al marido y le insta a matar a su esposa y largarse con ella a la ciudad. El marido (George O'Brien), cegado por el deseo, se lleva a su esposa (Janet Gaynor, con casco toda la película :-P) a pasear en barca por el lago y allí intenta matarla. Pero en el último momento se arrepiente, aunque llegados a tierra y como es lógico su esposa huye de él en vista del percal. Él la persigue arrepentido y, en una secuencia plena de azúcar en una boda ajena, se da cuenta de cuanto la ama y de la locura que ha estado a punto de hacer.
A partir de ahí empieza a verse un tono completamente distinto. Los granjeros están en la ciudad, ya reconciliados, y van a disfrutar de su nueva situación con todo lo que la ciudad pueda ofrecerles. Estamos en la América previa al crack del 29, es decir, en los últimos coletazos de los felices Años 20. Así, los protagonistas deambulan en un solo día por todos los sitios a los que al resto de humanos nos cuesta meses visitar. Pasan por el salón de belleza, por la feria, la floristería, la sala de baile, etc. Con esta excusa, la película viaja por terrenos muy cercanos al slapstick más puro, y por situaciones divertidísimas como la escena del cerdito que se escapa de la feria y acaba emborrachándose.
Pero claro, no todo puede ser tan maravilloso. La película necesita cerrar el círculo y acabar como empezó, o sea, con dramazo. Los amantes regresan a su granja en la misma barca que estuvo a punto de convertirse en escena de un crimen, totalmente reconciliados y enamorados, pero en ese momento se desata una tormenta que les hace naufragar y que, ironías de la vida, parece provocar la muerte de la esposa. Sin embargo, no podemos olvidar donde estamos, y la magia de Hollywood se encarga de salvarla in extremis y poner finalmente al marido a sus pies, previa humillación de la mujer de la ciudad que tiene que regresar por donde vino porque el hombre la rechaza violentamente. Así se cierra el ciclo de alegrías y tristeza que pretende mostrar Amanecer.
Esta película podría haber sido un melodrama más de no ser porque detrás de las cámaras está F.W. Murnau, quizá uno de los mejores directores de la historia del cine mudo, autor entre otras muchas joyas de Nosferatu (1922), El Último (1924) o Fausto (1926). Estos son títulos imprescindibles del cine mudo alemán y europeo, adscritos aunque sea de soslayo al expresionismo, en los que prima el juego de luces y sombras y la oscuridad del argumento y la puesta en escena. Como ocurre con casi todos los grandes directores europeos, Murnau recibió una oferta de Hollywood para trabajar en la soleada California, en este caso de la Fox. El director alemán aceptó dirigir Amanecer, y con su toque convirtió un melodrama sencillo en una gran película. En su carrera europea, Murnau ya había demostrado que dominaba a la perfección los mecanismos del cine, y que aspectos como el montaje paralelo, los efectos de sonido, los movimientos de cámara (la llamada "cámara desencadenada") o las sobreimpresiones (que en Amanecer abundan con gran acierto) eran ya moneda corriente en su cine. De este modo, la película adquiere un aspecto "moderno" para la época en la que está filmada (recuerdo que estamos en 1927), y de algún modo continua con el gusto de Murnau de relatar historias mediante la imagen y no por el abuso de intertítulos, que son realmente escasos. A pesar de la calidad del film, no fue ni mucho menos un éxito de taquilla, y Murnau apenas rodaría tres películas más hasta su prematura muerte en 1931. Un claro ejemplo de director europeo genial que pierde su chispa cuando se marcha a la fábrica de sueños. Afortunadamente, Amanecer es una isla dentro de esta mediocridad.
Lo que me queda por saber, y no sabré nunca, es qué hubiera pasado si Murnau hubiera rodado el final que le hubiera gustado. Conociendo un poco su cine, dudo que el film acabara con un beso redentor de los protagonistas tras haber superado todas las dificultades. Quizá hubiera cerrado la película con la muerte de la esposa, y con el tormento del marido. ¿Así tiene más gracia no?. Pero estamos en Hollywood, y dentro de Hollywood estamos en el MRI, por lo que existe ese gran enemigo del cine que es el "final compensatorio", el que pone a todos los personajes en su sitio. Así, era obvio que la púa mujer de la ciudad iba a salir por piernas y que la parejita protagonista (más después de haberse reconciliado en una iglesia) acabaría reconciliada y disfrutando de un nuevo amanecer. En fin, así es la vida, a veces dulce y a veces amarga, pero siempre sin sentido. Excepto en la soleada California.

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