96 años tiene Gisèle Casadesus, actriz que encarna a Margueritte “con dos t” en La tête en friche, película que también protagoniza Gérard Depardieu y que la cartelera porteña estrenó el jueves pasado después de una previa en el ciclo Les Avant-Premières. Sin dudas, el trabajo de esta veterana de la escena francesa es uno de los aspectos más conmovedores de una propuesta que reivindica, no sólo a la tercera edad (de otra manera que Un feriado particular), sino al placer de la lectura (a solas y compartida), a ciertos autores (Albert Camus, Jules Supervielle), a los pueblitos del interior (en este caso de la Charente Maritime), a los afectos.
Germain Chazes le viene como anillo al dedo a un Depardieu acostumbrado a interpretar personajes de buen corazón y mente limitada (el título original del film quí reseñado significa algo así como “cabeza o inteligencia sin cultivar o desarrollar”). En contra de lo que pueda temerse, el Obélix de carne y hueso evita repetirse a sí mismo, gracias a un guión que se cuida de someterse al estereotipo del hombre noble y sensible pero bruto e ignorante.
Este último largometraje de Jean Becker comparte con El jardinero la intención de recrear la amistad entre dos personas de extracción y trayectorias distintas: una más bien intelectual, otra sin formación académica pero con sentido común. De hecho, la película que Daniel Auteuil y Jean-Pierre Darroussin protagonizaron en 2007 gira en torno a la relación entre un pintor exitoso y un ex compañero de escuela devenido en -valga la redundancia- jardinero.
Mis tardes con Margueritte es una fábula que algunos espectadores considerarán convencional porque rescata valores olvidados o depreciados, porque admite tours de force narrativos que redimen a los personajes menos simpáticos, porque concede un final tan feliz como poco probable. Otros, en cambio, la disfrutamos en tanto recreo del cine vertiginoso, explosivo, violento, soft porno del que estamos tan cansados.