Revista En Femenino

Mis terrores favoritos

Publicado el 29 enero 2011 por Historiadea
Quienes aún no nos hemos repuesto de la escalofriante imagen de Samara Morgan saliendo del pozo al que la arrojó su madre adoptiva en la inquietante The Ring, o _como es el caso_, quien aún es incapaz de ver a solas Al final de la escalera, solemos mostrar un irritante desprecio hacia el miedo de clase B. Es decir, que nos la refanfinflan _para disgusto y cabreo de productores y directores supuestamente terroríficos_ los vampiros teen, los zombies de diseño y todo ese gore previsible y de bastante mal gusto empeñado en reventar las taquillas salpicando de vísceras al ciudadano de a pie.
Como en tantas otras cosas, en cuestión de miedos soy absolutamente clásica. Lo que, a mis ojos, viene a ser ni más ni menos que un purismo recalcitrante que me lleva a conformarme con casi nada y a criticar, por norma, todo lo que no alcanza el calificativo de brillante, ya sea ésto una película, un libro, una canción o una tarta de chocolate.
Si a ello le sumo que desconfío de la cultura de masas, que me horroriza la multitud y que, como a Juan Ramón Jiménez, me interesa 'la minoría, siempre', no es raro que me chotee, como decía más arriba, de los vampiros de andar por casa y de toda la legión de espectros de medio pelo que últimamente se nos aparece, como a Caroline, mismitamente en la televisión. Sin olvidar, claro está, toda esa nube de entes radiofónicos opinadores cuya psicofonía lapidaria se ha instalado como un Poltergeist en nuestras casas asustando a toda España y parte del extranjero.
Políticos, tertulianos, juntaletras de tres al cuarto, filósofos trasnochados, viejas glorias de la izquierda y la derecha, feministas de pelo en pecho, empresarios con gomina, triunfadores de fin de siglo, escritores postpremiados y algún chocholoco con maneras de abogada se han convertido a día de hoy en los principales administradores del miedo en nuestro país, sumos sacerdotes de un discurso previsible, manido, nihilista y tecnócrata que pretende ponernos los pelos como escarpias mientras los Sarumanes de las cadenas televisivas y radiofónicas, los bancos y las grandes corporaciones se cubren el riñón a cuenta del acojone colectivo. Que ya se sabe lo manejable _y lo inmensamente rentable_ que resulta una sociedad amedrentada.
Yo a todos estos actores del subgénero de terror los mandaba, de una patada en el culo y emplumados tras untarlos con brea de galera, a aterrorizar al sursuncorda a Transilvania, a ver si allí, en medio de los Cárpatos y con el espíritu de Vlad el Empalador rondándoles, tenían narices de exorcizar el Miedo con mayúsculas parafraseando en plan 'ora pro nobis' a Marx, a Adam Smith o a Keynes.
La verdad es que, puestos a pasar miedo con la crisis, el sistema de pensiones, el futuro de las prestaciones sociales y la madre del cordero en general, casi prefiero prescindir de los advenedizos escénicos y atragantarme el café con porras del desayuno viendo a Samara Morgan hablar del pozo económico mientras pierde las uñas en directo. O quedarme petrificada tras escuchar a Joseph Carmichael, el niño espectral de Al Final de la Escalera, hablar del fantasma 'hombro-cabeza-hombro' que 'se aparece' en los mercados bursátiles cada vez que la Onda de Elliot se cabrea.
Puestos a hacer que nos caguemos de miedo, yo casi me pido que esta labor la realicen los profesionales de la cosa. Los Lugosi, los Karloff, los Nosferatus, los Bates y las Lanchester de toda la vida. Monstruos, fantasmas y asustadores de pro que supieron mejor que nadie helarnos la sangre y ponernos la piel de gallina convirtiéndose en nuestros terrores favoritos. Cualquier cosa menos esta pléyade de aficionados espectrales con cara de Casper en los que casi nadie confíay a los que, francamente, yo ya les he perdido no solo el miedo sino también el respeto.
¡Bú!.

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