Revista Cine
Misión Rescate (The Martian, EU, 2015), vigésimo-tercer largometraje de Ridley Scott, es una gringada, en el buen sentido del término pero, por desgracia, también en el malo.
Empecemos por lo bueno. Hay una escena, ya bien avanzada la cinta, en la que el astronauta y botánico Mark Watney (Matt Damon), dado por muerto y abandonado por sus compañeros de misión en el planeta Marte, le pide a su comandante (Jessica Chastain, siempre bienvenida), voz en off de por medio, que le haga un favor: si pasa lo peor, que visite a sus padres para decirles que no estén tristes porque, después de todo, él ha muerto haciendo lo que le gusta hacer. En esas líneas, Watney se presenta como un héroe americano a la antigüita, pues se define a sí mismo no porque lo dice o porque lo que cree, sino por lo que hace -y, luego, por los problemas que resuelve.Otro elemento positivo más: en la segunda parte de la cinta, cuando la NASA y sus directivos -Jeff Daniels en neutral, Chiwetel Ejiofor ganándose la papa, Sean Bean como voz de la integridad rebelde, Kristen Wiig sin chiste- se dan cuenta que Watney no murió y que, por lo tanto, hay que rescatarlo, somos testigos de otra antiquísima fórmula americana. Me refiero a las películas "procedimentales", en las que conocemos de cerca el teje-maneje de un grupo de profesionales, sean policías, forenses, abogados, médicos, políticos o, como es el caso aquí, científicos y burócratas de la NASA.Estas dos gringadas funcionan más o menos bien la mayor parte del tiempo. Pero luego viene la gringada insufrible: me refiero a los últimos minutos del filme en los que, supuestamente, el mundo entero está en vilo por la suerte del chistosón astronauta abandonado, con todo y un curioso elemento adicional, que es el papel benefactor que juegan aquí los científicos y el gobierno de China -se ve que Hollywood tiene claro de dónde vienen los grandes ingresos de taquilla últimamente.Al final de cuentas, por lo menos en el marcador personal, esta inocua re-elaboración de la inmortal historia del náufrago que aprende a vivir por sí mismo no pasa de ser un mero palomazo de lujo: una cinta impecablemente producida, dirigida con funcionalidad pero sin inspiración por Scott, con un reparto de primer nivel y un Matt Damon muy simpático -aunque, a decir verdad, acaso esté demasiado simpático, pues la mayor parte del tiempo su personaje no parece que está abandonado en Marte y en peligro de muerte, sino solamente en su departamento con el único inconveniente que no hay cerveza fría, que se acabó la botana y que el internet no funciona. Ahora que lo pienso, eso sí es una auténtica pesadilla. Me proyecté.