Te hemos echado de menos, y no sabes cuánto.
A veces te apoyas en árboles; dólmenes vivos, espíritus de bosque vigilados por una jaula de acera. Y Pisas las hojas secas en otoño, los almanaques apergaminados de verano, cuando el viento invernal sopla toque de queda.
Te hacemos señales; te hablamos con el código silbado de los pájaros “¡Mira aquí arriba! ¡Recuérdanos!”, y escuchas unos trinos, que piensas no van contigo. Tu perro te ladra, ladra alto para hablarte y decirte “¡Amo miope, amo torpe! El asfalto no te deja ver el bosque”.
Llevas en el teléfono móvil la imagen de una selva, cientos de miles de píxeles iluminando una foto verde, verde absurdo, retocada por ordenador (origen no es originalidad). Dices que te gusta pasear y viajar, aunque cada vez pasees y viajes menos (¿a dónde? Todos los centros comerciales son iguales). Compras plantas que duran vivas un par meses, porque nadie se olvida de cargar el móvil, pero todos de regar una maceta. Por la noche buscas las estrellas que no puedes ver, pero imaginas esos astros brillando en otro lugar, grandes y desparramados, bailando al ritmo de los grillos, que esperan gotas de rocío.
Reconócelo, tú también nos has echado de menos; te recompensamos con el mundo limpio y seguro que añoras. Sólo tienes que cuidarnos, volver a nuestro plural singular o singular pluralizado.