A primeros de los ochenta se podía escuchar uno de los primeros rap que recuerdo. El autor Paul Hardcastle relataba en el tema Nineteen el drama de los veteranos de la Guerra de Vietnam. La canción, silabeada, (que por entonces era algo novedosísimo). Decía algo así como que casi 800.000 hombres seguían luchando la guerra de Vietnam 10 años después de volver a casa:
“Eight to Ten years after coming home almost eight-hundred-thousand men are still fighting the Vietnam War.” Y luego los coros: “Dedededededede-Destruction”
Hoy, viendo el panorama político y judicial español, yo me pregunto cuántos siguen luchando en la Guerra Civil española setenta años después.
Obviamente, no me refiero a excombatientes, quienes parecen haberlo superado bastante bien, y que incluso tuvieron tiempo de demostrarlo largamente durante la Transición.
Me refiero a cierta clase política que ni ha vivido la Guerra, ni realmente significa nada en sus vidas, pero cuya mitomanía le exige revivir en nuestros días la contienda como si aún tuvieran tiras de cinta de carrocero cruzando las ventanas de sus despachos.
Todo esto viene a cuento de las elecciones autonómicas gallegas y vascas. Según todas las sospechas, tenemos a los tres mayores mitómanos de la Guerra Civil: Zapatero, Bermejo y Garzón, detrás de lo que el PP parece considerar, con bastante lógica, una trama para desprestigiar a la oposición desde las Instituciones del Estado. Todo esto justo antes de las autonómicas.
De ser esto así, sería prácticamente un golpe de Estado. Nixon perdió su cargo por pagar “fontaneros” con dinero público para desprestigiar a la oposición demócrata. Eso golpeó las Instituciones y casi llevó al país a las puertas de un conflicto social. No quiero ni imaginar las repercusiones de lo mismo, pero llevada a cabo no por agitadores y matones, sino por funcionarios ajenos al gobierno y del más alto nivel.
En el terreno de las hipótesis uno se pregunta ¿Por que un político se arriesgaría a cruzar esa línea? ¿Por qué precisamente ahora? ¿Por qué no tras elecciones más determinantes para sus puestos? Y por fín: ¿Por qué serían tan importantes las autonómicas gallegas y vascas?
Índices, encuestas y aritméticas electorales aparte, que seguro que dicen que si se ganan todo irá mejor, aquí lo importante es la vivencia del mito, la necesidad de que su mundo desfigurado tenga sentido a pesar de la realidad sencilla de las cosas.
Y qué mejor escenario que el País Vasco. Para quien todavía está luchando esa guerra desde altos cargos públicos e institucionales, el País Vasco es la pièce de resístanse contra el fascismo, es el Cinturón de hierro, es la traición del PNV, es abandonar a los obreros asturianos a su suerte, es la caída del Norte… en definitiva: es la batalla que hay que ganar a toda costa para recobrar la República platónica, que no de Platón.
Naturalmente, hoy no está Mola en Pamplona pero sí están están "sus hijos" del PP, los "fascistas", contra los que ayer luchaban "los padres". Un gobierno con los "fascistas", en el País Vasco es para el mitómano una ruptura del hilo histórico; una segunda caida de Bilbao, otro doloroso Santoña, y no lo puede concebir. Hay que ir a por todas.
El País Vasco es la gran campaña. ¿Y Galicia? Bueno, Galicia creo que es menos atractiva para el mitómano, si acaso para poder pintar el norte de rojo, para fantasear con que se domina el Atlántico, para vengarse de Franco en su tierra natal. Es igual de enfermizo pero menos pasional.
Lamentablemente, uno de los peores efectos de la mitomanía es que se contagia más que los piojos en las guarderías. En política, más que por las fantasías, se autoengañan por el interés, el peloteo y las prebendas, sin embargo la gente, en general, cree de buena fé y sin mucho espíritu crítico en las causas del mitómano porque son muy reales para él y se ve que las vive con pasión. Además hay mucho dinero público para hacer propaganda de sus causas.
¿Qué es raro lo que digo? Para nada: la mitomanía ha mandado a los sanatorios mentales a tanta gente como la melancolía. Durante el siglo XIX sólo había que fijarse en que uno metiera la mano entre los botones tercero y cuarto de la camisa y mirase al cielo ensoñadoramente para reconocer a un mitómano. Hoy, es como coger espárragos silvestres, sólo hay que tener algo de práctica y querer pasar el día en el campo.
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