Revista Cultura y Ocio
Quien ha visto las maravillosas ilustraciones de Gustave Doré en esta leyenda salvaje, ¿puede olvidar la impresión que le hicieron a su imaginación?
No me refiero a la primera ilustración como llamativa, donde el zapatero judío se niega a soportar que el Salvador cargado de cruz descanse un momento en su puerta, y recibe con desdén el juicio para vagar inquieto hasta la Segunda Venida de ese mismo Redentor. Pero me refiero más bien al segundo, que representa al judío, después del transcurso de los siglos, se inclinó bajo la carga de la maldición, llevado con el trabajo no aliviado, cansado de viajes incesantes, avanzando penosamente hacia las últimas luces de la noche, cuando una noche sin rayos de una lluvia sin lluvia es [ 2]sigilosamente, a lo largo de un camino descuidado entre arbustos que gotean; y de repente se encuentra frente a un crucifijo al borde del camino, sobre el cual cae el blanco resplandor de la luz del día, para arrojarlo en un espantoso relieve contra las nubes de lluvia negras como el horizonte. Por un momento vemos el funcionamiento de la mente del zapatero miserable. Sentimos que está recordando la tragedia del primer Viernes Santo, y su cabeza cuelga más pesada sobre su pecho, al recordar la parte que había tomado en esa espantosa catástrofe.LEER MÁS »