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Mitos políticos

Por Peterpank @castguer

Mitos políticos

Antes del siglo XVII y del XVIII de nuestra era moderna, es imposible trazar una linea entre el pensamiento empírico y el pensamiento mítico. ¿Cómo pudo cambiar este estado de cosas? ¿Cómo rompió la ciencia finalmente, después de innumerables esfuerzos vanos, el hechizo mágico? El principio de esta gran revolución intelectual lo describen mejor que otras las palabras de Bacon, uno de los iniciadores del pensamiento empírico moderno: “La victoria sobre la naturaleza sólo puede lograrse obedeciéndola”. Para regirla tiene que respetarla; tienen que obedecer sus reglas fundamentales.

DEBEMOS EMPEZAR POR LIBERARNOS A NOSOTROS MISMOS

El hombre debe empezar liberándose a sí mismo; tiene que deshacerse de todas sus falacias e ilusiones, de sus idiosincrasias humanas y sus fantasías. En el primer libro de su Novum organon, Bacon trató de pasar revista sistemáticamente a estas ilusiones. Describió los diferentes tipos de ídolos -los ídolos de la tribu, los ídolos de la caverna, los ídolos del foro, y los ídolos del teatro- y trató de mostrar la manera de superarlos, con el fin de allanar el camino que nos lleve a una verdadera ciencia empírica.

En política todavía no hemos encontrado este camino. De todos los ídolos humanos, los políticos, los idola fori, son los más peligrosos y pertinaces. Desde los tiempos de Platón, todos los grandes pensadores han hecho los mayores esfuerzos por encontrar una teoría racional de la política. El siglo XIX estuvo convencido de que había encontrado por fin el buen camino. En 1830, Auguste Comte publicó el primer volumen de su Curso de filosofía positiva. Su verdadero propósito y su ambición más alta era llegar a ser el fundador de una nueva ciencia social, e introducir en esta ciencia la misma manera exacta de razonar, los mismos métodos inductivo y deductivo que encontramos en la física o la química.

El repentino desarrollo de los mitos políticos en el siglo XX nos ha permitido ver que esas esperanzas de Comte y sus discípulos y partidarios eran prematuras. La política anda todavía muy lejos de ser una ciencia positiva, no digamos una ciencia exacta. Yo no dudo de que las generaciones posteriores, mirando atrás hacia muchos de nuestros sistemas políticos, tendrán la misma impresión que un astrónomo moderno cuando estudia un libro de astrología, o un químico moderno cuando estudia un tratado de alquimia.

En política no hemos encontrado todavía un terreno firme y seguro. Aquí parece que no haya ese orden cósmico claramente establecido; estamos amenazados siempre con una súbita recaíada en el viejo caos. Construimos edificios altos y majestuosos, pero nos olvidamos de garantizar la seguridad de sus cimientos.

La creencia de que el hombre, empleando con pericia las fórmulas y los ritos mágicos, puede cambiar el curso de la naturaleza, ha prevalecido durante siglos y milenios en la historia humana. A pesar de todas las decepciones y los contratiempos inevitables, la humanidad seguía aferrándose obstinada y fuertemente, desesperadamente, a esta creencia. No hay que extrañarse, pues, de que la magia se mantenga firme todavía en nuestras acciones y nuestros pensamientos políticos.

¿QUÉ PUEDE HACER LA FILOSOFÍA EN NUESTRA LUCHA CONTRA LOS MITOS?

Sin embargo, los pequeños grupos que tratan de imponer sus deseos y sus fantásticas ideas a grandes naciones y al organismo político entero pueden tener éxito por breve tiempo, inclusive pueden alcanzar grandes triunfos, pero estos triunfos tendrán que ser efímeros. Pues, al fin y al cabo, existe una lógica del mundo social, lo mismo que existe una lógica del mundo físico. Hay ciertas leyes que no se pueden violar impunemente. También en esta esfera debemos seguir el consejo de Bacon. Tenemos que aprender a obedecer lass leyes del mundo social, antes de emprender la tarea de regirlo.

¿Qué puede hacer la filosofía para ayudarnos en esta lucha contra los mitos políticos? Nuestros filósofos modernos parece que hayan renunciado hace mucho tiempo a la esperanza de influir en el curso de los acontecimientos políticos y sociales. Hegel tenía la más alta opinión del valor y la dignidad de la filosofía. Con todo, fue el propio Hegel quien declaró que la filosofía llega siempre demasiado tarde para reformar el mundo. En este caso, la filosofía no sería más que una especie de ociosidad especulativa. Pienso, sin embargo, que esto está en contradicción lo mismo con el carácter general de la filosofía que con su historia. El ejemplo clásico de Platón bastaría para refutar esta opinión. Los grandes pensadores del pasado fueron no sólo “sus propios tiempos captados en pensamiento”. Muy a menudo tuvieron que pensar más allá de sus tiempos y contra sus tiempos. Sin este valor intelectual y moral, la filosofía no podría cumplir su misión en la vida cultural y social del hombre.

Destruir los mitos políticos rebasa el poder de la filosofía. Un mito es, en cierto modo, invulnerable. Es impermeable a los argumentos racionales; no puede refutarse mediante silogismos. Pero la filosofía puede prestarnos otro servicio importante. Puede hacernos comprender al adversario. Para combatir un enemigo hay que conocerlo. Este es uno de los primeros principios de una buena estrategia. Conocerlo significa no sólo conocer sus defectos y debilidades: significa conocer sus fuerzas. Todos nosotros somos responsables de haber calculado mal esas fuerzas.

Cuando oímos hablar por vez primera de los mitos políticos, nos parecieron tan absurdos e incongruentes, tan fantásticos y ridículos, que no había apenas nada que pudiera inducirnos a tomarlos en serio. Ahora todos hemos podido ver claramente que este fue un gran error. No debemos cometer otra vez el mismo error. Debiéramos estudiar cuidadosamente el origen, la estructura, los métodos y la técnica de los mitos políticos. Tenemos que mirar al adversario cara a cara, para saber cómo combatirlo.

DEBEMOS ESTAR PREPARADOS PARA SACUDIDAS SOCIALES VIOLENTAS

Lo que hemos aprendido en la dura escuela de nuestra vida política es el hecho de que la cultura humana no es en modo alguno esa cosa firmemente establecida que creíamos. Los grandes pensadores, los hombres de ciencia, los poetas y los artistas que establecieron los cimientos de nuestra civilización occidental, estuvieron convencidos muchas veces de que habían construido para la eternidad. Tucídides, al hablar de su nuevo método histórico y contraponerlo al estilo mítico anterior, dijo que su obra era “una posesión perdurable”. Horacio llamó a sus poemas “un monumento más duradero que el bronce”, al que no destruirían los años incontables y el correr de las edades. Parece, sin embargo, que tenemos que considerar las grandes obras maestras de la cultura humana de un modo mucho más humilde. No son eternas ni inexpugnables.

Nuestra ciencia, nuestra poesía, nuestro arte y nuestra religión constituyen solamente la capa superior de un estrato mucho más antiguo, el cual llega hasta una gran profundidad. Debemos estar siempre preparados para las sacudidas violentas que puedan conmover nuestro mundo cultural y nuestro orden social hasta sus cimientos mismos.

Las fuerzas del mito fueron reprimidas y sojuzgadas por fuerzas superiores. Mientras estas fuerzas intelectuales, éticas y artísticas están en plenitud, el mito está domado y sujetado. Pero cuando empiezan a perder su energía, el caos se presenta nuevamente. Entonces el pensamiento mítico empieza nuevamente a erguirse y a inundar toda la vida social y cultural del hombre.

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ERNST CASSIRER, El mito del Estado, 1946


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