El martes tuve el privilegio de moderar el debate en torno a qué son los fashion films dentro de BAIFFF y una de las primeras diferencias entre miembros del panel giró alrededor de los límites de estos cortos en relación con el fin de la empresa que los encarga que en principio no sería otro que vender. La diseñadora de indumentaria Patricia Doria, Coordinadora del Área de Moda de la UP, manifestó que uno de los límites de los fashion films sería precisamente el de volverse un lenguaje demasiado artístico o conceptual que termine por eclipsar la exhibición de prendas o accesorios detrás de la marca que elige esta forma de comunicación. Tanto el fotógrafo y realizador Gabriel Rocca, como el también fotógrafo y director del Festival de Fashion Films de Madrid José Murciano, discreparon con esa reflexión y sostuvieron que comunicar es parte del mensaje, pero también se busca crear un universo que refuerce la identidad de la marca, un marco conceptual expresado artísticamente para enriquecer el mensaje. Lo cierto es que viendo la variedad de fashion films que se presentaron en el Festival, hay de todo en la viña del señor: desde los literales que muestran las prendas o elementos de una etiqueta de manera explícita y sin rodeos; hasta otros que se pierden en un relato onírico o fantástico que deja en un segundo o hasta tercer plano, la indumentaria en sí. Esa reflexión me llevó a la última revista de afuera que llegó a mis manos y de la que hablamos acá mismo hace unos días.
Recuerdo que ni bien la abrí en casa, compartí con amore la producción que más me impactó y su primer comentario fue: "las fotos son increíbles, pero no se ve la ropa" y ahí me encontré explicándole que en moda se apela a estos relatos tipo artísticos para contextualizar las colecciones en un marco de referencia que excede la simple pasarela o el del infinito blanco con la modelo delante; que los estilistas y directores de arte se esfuerzan para dotar de un impacto visual mayor a la propuesta y se busca generar belleza inspiracional.
La nota en cuestión se llama "Once upon a time. Escape into the woods in fairy-tale fashion", fotografiada por Erik Madigan Heck y el estilismo de Leith Clark. Díganme ustedes si no es una maravilla esta producción...
¿Es la moda un arte? ¿Por qué no? Un vestido exquisito de alta costura funciona como una pieza artística, tiene la perfección y el trabajo de verdaderos maestros del diseño, la confección y los oficios más especializados. Y en ese contexto, la fotografía también lo es ya que ocupa lugares destacados en los grandes museos del mundo; incluso muestras como la de Mario Testino que estuvo en nuestro país el año pasado demuestran que cada vez más este registro es legitimado como una obra artística. Si se ve o no la ropa pasa a un plano secundario, porque lo que narran estas fotografías son una historia, un cuento de hadas en el bosque y transmiten sensaciones propias de ese imaginario. Lógico que la industria necesita vender: los creadores y marcas, sus prendas; las revistas, pauta publicitaria; así que en el equilibrio está la clave para que la moda pueda seguir jugando a dos puntas: como arte y como negocio. Esa es mi conclusión, ustedes qué opinan? Espero sus comentarios, me va a encantar leerlos.
Buen finde, amig@s :>