Estoy recordando momentos que nunca pensé que recordaría. Momentos aparentemente insignificantes, de ésos que uno no es consciente de que los almacena. Y cuando uno los recuerda, se sorprende de que brillen así, por sí solos.
Recuerdo, por ejemplo, uno de los días que había clasificado en la carpeta de días cansados. Hablo del día que realicé mi última mudanza a lo que es ahora mi casa. Me vienen a la mente 2 buenos amigos que me ayudaron a enfrentarme a ese momento en que decidí abandonar mi antiguo hogar para empezar a construir uno nuevo. Recuerdo risas derivadas del cansancio de estar horas y horas cargando cajas, mesas, sillas y electrodomésticos, entre otras chuminadas otros trastos. Recuerdo haber prometido una cena a estos amigos que me ayudaron y recuerdo haber cumplido esa promesa.
Recuerdo, también, reuniones familiares a las que sinceramente me suele dar pereza asistir. Pero casi siempre terminan siendo un cúmulo de risas entre primos contando chistes verdaderamente malos fáciles. Recuerdo descubrir algunos secretos revelados por mis padres y tíos que jamás hubieran llegado a mí si no se hubiera celebrado esa comida y se hubieran descorchado varias botellas de vino, o de cava y en ese caso siempre es mi padre quien hace salir la espuma.
Recuerdo, como no, paseos de tardes de domingos de la mano de mi mejor amiga. Las calles estaban vacías y las tiendas cerradas pero eso no importaba. Nos sentábamos en cualquier banco de cualquier plaza y compartíamos una de esas enormes palmeras de chocolate. Cuando ya fuimos más mayores aprendimos a compartir cervezas en los bares. Ahora compartimos un buen vino e intercambiamos recetas, a veces veganas y otras no.
Recuerdo eternas tardes, y mañanas, en la universidad. Recuerdo tumbarme sobre el césped junto a buenos compañeros amigos y decidir así lo que no quería ser de mayor. También recuerdo a 2 profesores que, por M o por T, nunca olvidaré.
Recuerdo, y de eso no hace tanto, haber conocido a personas especiales. De esas personas que no quieres que se marchen aunque sabes que, por una razón u otra, lo más probable es que lo hagan. De ellas recuerdo algunas miradas cómplices, tardes de verano escuchando canciones de Leiva, confesiones que quizás jamás tuvimos que confesar e ilusiones momentáneas. Por desgracia, también recuerdo el miedo y éste me temo que es inolvidable.
Recuerdo muchos viajes. Alemania, Argentina y Chile. República Checa, Polonia e Inglaterra. Italia, Francia y Catalunya. Todos diferentes, todos importantes.
Recuerdo domingos en el pueblo que nació mi padre, protegida por mi familia, contando los minutos junto a mi prima para hacer la digestión y poder bañarnos en la piscina. Y merendar después de nocilla untada en una rebanada de pan. Recuerdo no necesitar nada más para ser feliz. No importaba que el día siguiente a ese domingo fuera lunes.
Recuerdo el día que creí encontrar a la persona que pasaría el resto de mi vida conmigo. Irremediablemente, también recuerdo el día que descubrí que eso no iba a ser así. Ese día perdí la esperanza de encontrar un nuevo compañero. Y aun estoy a la espera de recuperarla.
Recuerdo, de muy pequeñita, despertar muy temprano junto a mi hermano. Prepararnos el mejor de los desayunos y plantarnos en el sofá a ver una maratón de series de dibujos animados. Ana de las tejas verdes, Sailor Moon, Valentina, Julia y Chicho terremoto eran las series que nunca faltaban. Recuerdo que mis padres, en aquel entonces, despertaban tarde.
Recuerdo a mis amigos, los de siempre, los incondicionales y los nuevos, aunque últimamente algunos de ellos me hayan confesado sentirse medio abandonados. Como siempre dicen, los amigos son la familia que elegimos y, aunque ésta siempre puede ampliarse, me siento orgullosa de haberlos escogido.
Pequeños y significantes recuerdos de momentos pasados y menos pasados vuelven hoy, sin saber muy bien por qué, a mi cabeza. Y tendré que considerarlos, pues quizás han vuelto para recordarme algo más. Algo que puede que hubiese olvidado.