Al igual que cada primavera al estallido de las flores de cerezo o sakura, los japoneses se reúnen para contemplar cómo el cambio de estación tiñe sus montes de vivos colores, acontecimiento que recibe el nombre de Momiji, tradición que se remonta a la antigüedad, pues si hay algún pueblo que se ha tomado tiempo para admirar el paso del tiempo y la belleza que esto produce, Japón es de los campeones del ranking, sin lugar a dudas.
Las pinturas de naturaleza realizadas de un mismo lugar y su cambio de ciclo es una constante en el arte de de las estampas japonesas, pudiendo hacer un seguimiento de cuáles eran los lugares favoritos para ello.
En otoño, festivales se suceden a las faldas de los montes más populares y templos para observar este fenómeno de Momiji, donde montan pequeños puestos para disfrutar de dulces y el producto estrella del momento, las castañas asadas.
Los lugares más conocidos para disfrutar de dicho fenómeno suelen iluminarse, haciendo que las diferentes escalas de rojos, marrones y amarillos destaquen, creando un efecto de monte en llamas. El momento ideal para disfrutar de estos paisajes suelen ser a finales de octubre y el mes de noviembre. Para saberlo con exactitud, junto a la información del tiempo en los noticiarios se da también un seguimiento especializado y al detalle de fechas en las que el cambio de estación empezará a manifestarse en los campos y también ideas de lugares para verlo y disfrutarlo plenamente, pues no es lo mismo el norte que el sur del país.
Si partimos desde la ciudad de Nagoya en la prefectura de Aichi, a una hora de recorrido en coche nos encontramos con un espacio natural llamado Kohrannkei.
Este conjunto de montes bañados por un río y profundos cañones es considerado uno de los mejores lugares para observar el fenómeno del cambio de color de los árboles.
Pasar el día comiendo en los diferentes puestos, sentarse en las piedras junto al río, o cruzar alguno de sus puentes para inmortalizar el momento en una fotografía es un placer para los sentidos. Pero al caer el sol es cuando ocurre la verdadera magia, y el monte, acompañado de las luces, comienza a vibrar en tonos rojos y ocres encendidos.
Es entonces cuando ascender uno de los pequeños montes andando, cuya ruta está establecida, tiene como recompensa admirar más de cerca la belleza del bosque, hacer rituales en los pequeños templetes o recoger hojas de diferentes colores para llevar el otoño a tu hogar. Y si se tiene la fortuna de que ha lloviznado, el perfume de la tierra mojada y la descomposición de las hojas hace que la experiencia sea aún más placentera.
El árbol predominante de este bosque es el arce japonés, tal vez el más conocido y popular después del cerezo. Sus hojas estrelladas son las encargadas de añadir el tono rojizo.
La presencia de este árbol por todo el valle se debe a un monje que se instaló para fundar un templo en este valle, y al hacerlo plantó un árbol de arce. A partir de ese momento, los monjes que se instalaban en ese templo estaban encargados del cuidado de este árbol, pudiendo contemplar hoy en día el resultado de tanto mimo cada otoño.
Si recoger hojas y hacer miles de fotos no es suficiente recuerdo para usted, como todo sitio turístico que amenaza con la masificación, tiene pequeñas tiendas de suvenires donde encontrar postales, productos típicos y otros tipos de objetos relacionados con el lugar.
Como se hacía en las estampas antiguas, cambiando el formato de la pintura por la fotografía, resulta curioso ver en las postales un paisaje fotografiado desde el mismo punto en todas las estaciones del año, así no sólo nos llevaremos a nuestro hogar el recuerdo del otoño, sino que para el que no lo pueda contemplaren en directo, nos queda el consuelo de poder llevarnos el recuerdo y ver cómo cambia el bosque de color, aunque soñemos con volver a contemplarlo con nuestros propios ojos.