Monarquia parlamentaria

LOS PRINCIPIOS NACIERON PODEROSOS, PERO NO ENSEÑADOS. SI QUISIERAN OÍR, SABRÁN GOBERNAR. Diego de Saavedra Fajardo

La monarquía parlamentaria, heredera del conocido como "antiguo régimen", es una anomalía democrática que ha perdurado por la incapacidad de los acuerdos parlamentarios para eliminarla, por tradición, integración territorial o por simbolizar a un Estado identitario. El que una persona reine por herencia sanguínea se opone a todo principio democrático de que la autoridad civil se elige mediante sufragio y su refrendo en las urnas.

El que los reyes, como Jefes del Estado que ejercen, no se elijan constituye un contrasentido democrático que debiera ser solucionado en el tiempo mediante la abdicación o el cese. El principio de "una persona, un voto" para la elección de sus gobernantes se ve exonerado cuando hay una figura que se presenta por encima de todo el entramado civil, militar y judicial. Se podrá argumentar que tiene una misión institucional y de neutralidad política como si fuera una persona apolítica, cuando en la práctica ejerce la política.

La Soberanía Nacional se sustenta en los tres poderes: judicial, ejecutivo y legislativo. En la práctica, en vez de solucionar la anomalía, se legisla a favor de la monarquía, por aquello de su neutralidad política; el sistema judicial toma partido aplaudiendo la figura y el ejecutivo cubre todos sus desmanes porque siempre hay otros problemas más importantes por resolver. De esta forma la familia real goza de un parabién ilimitado para no rendir cuentas.

Es difícil de creer que la corona acepta el sistema democrático porque dicha afirmación conlleva la abdicación y el cese de su Jefatura de Estado. El principio de igualdad se menoscaba cuando la herencia familiar, en un absurdo, permite perpetuarse en el tiempo a alguien no elegido, por encima de los ciudadanos. De la misma forma, esta institución predemocrática, precisamente por ello mismo, tiene grandes carencias de transparencia económica y política