Vive en la calle, lo sé porque a veces lo veo todavía acostado en la banqueta. Me da un poco de repulsión por las gruesas capas de mugre que tiene en el cuerpo que se tapa con andrajos que a veces lo le alcanzan siquiera para los genitales.
No es agresivo y tampoco pide dinero. Simplemente se para a mitad de la acera. A veces habla o discute con alguien que sólo él ve. A veces sólo da vueltas, como buscándose la cola, pero con la mirada en el cielo.
Así lo vi ayer. Estaba girando una y otra vez, siguiendo algo invisible que lo sobrevolaba. Pero estaba en el camellón. Los coches pasaban a escasos centímetros y parecía que no tenía intenciones de salir de ahí. Sólo daba vueltas impulsado por los autos que circulaban en sentidos contrario. Me dio lástima, pero sobre todo miedo.No miedo de que perdiera el equilibrio y cayera en el arroyo vehicular, más bien miedo a ser un día como él.Creo que por eso no soy caritativo con los indigentes. Me dan miedo. no quiero ser como ellos, pero al mismo tiempo siento pena, sobre todo por los viejos, los discapacitados y los niños, cuya única obligación debería ser jugar y estudiar, en ese orden.El sólo acercarme a este sujeto cuyas facultades mentales le abandonaron hace mucho tiempo, me da escalofríos. sé que no me hará nada, no es agresivo, pero algo en su historia personal lo llevó a la locura. No quisiera llegar a ese punto donde ya nada importa, donde simplemente se dejó llevar por una corriente tan insana y triste que lo ha llevado a vivir como un animal.Me he preguntado cómo podría ayudarlo -un día podría ser yo mismo. Me veo en él y por eso quisiera hacerlo. Pero entonces me gana de nuevo el egoísmo, la flojera, la indiferencia, la comodidad. ¿Por qué ensuciarme las manos, por qué usar mi valioso tiempo y energía en un total desconocido? Y aquí estoy, sólo escribiendo sobre mi mezquindad, sin poder pasar a la acción.Que las cosas pasen que se arreglen solas, o que alguien más estúpido o acomedido se ocupe de los problemas que se supone yo debo resolver. Y no solo de los problemas ajenos; sino de mis propios problemas que andan a la deriva, esperando a que alguien los tome por las buenas o las malas para ser resueltos. Quizás sea la indiferencia y la flojera los dos monstruos más grandes que me aquejan.