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Montalbán

Publicado el 02 enero 2017 por Esperanza Redondo Morales @esperedondo
La tarde del 27 de diciembre de 2016, abandonaron Toledo por la CM-4000 y, al llegar a La Puebla, se desviaron hacia la CM-4009 en dirección al castillo. Tras un par de kilómetros de traqueteo por un camino de tierra, Mario detuvo el coche.
—Es aquí —anunció—. El resto tenemos que hacerlo andando. Si nos damos prisa, llegaremos antes de que empiece a anochecer.
—Pero ¿está muy lejos? A lo mejor tardamos mucho y se nos hace de noche por el camino… ¿No podemos ir en coche?
—Jorge, macho, ¿ya empiezas? —A veces, Pedro se desesperaba con la forma de ser de Jorge—. ¿No ves que hay una cadena que nos corta el paso? A no ser que tengas la llave o una varita mágica no, no podemos ir en coche. Y además dijo Mario que solo son dos kilómetros; lo haremos en dos patadas. Venga, tío, deja de quejarte y tira.
—Sí, son dos kilómetros —Mario observaba divertido a sus amigos. Vaya dos, pensaba; nunca cambiarían. Se dirigió a Jorge—. De todas formas se supone que vamos a pasar aquí la noche, así que no deberías preocuparte de que oscurezca antes de que lleguemos. ¿No te parece?
—Lo que me parece es que no sé si he hecho bien en venir con vosotros. Con lo bien que estaría en casa celebrando estos días de Navidad en familia, como siempre…
—¡Que tires! —Pedro estaba a punto de perder la paciencia—. Deberías dar saltos de alegría, joder. Estás a pocos minutos de ver una de las fortalezas más grandes de toda Castilla-La Mancha.
—Vale, vale, ya no digo nada más —Jorge hundió la cabeza entre sus hombros y, sin quitar la vista del suelo, empezó a caminar en la dirección que indicaba Mario. La noche iba a ser muy larga y pensó que sería mejor no protestar, o se las tendría que ver con Pedro.
Avanzaron varias decenas de metros por un camino que discurría entre cientos de encinas. Los rayos del sol empezaban a teñir de rojo y amarillo las nubes y el cielo, que parecían a punto de arder. Al cabo de un rato divisaron la silueta de la enorme fortaleza. Los tres se detuvieron casi al mismo tiempo, boquiabiertos.
—¿Qué os dije? Es una pasada, ¿eh? —Mario se sentía orgulloso cada vez que le descubría el castillo a alguien. Siguió caminando y apremió a sus amigos a continuar—. Venga, vamos a montar la tienda, así estaremos listos antes de que anochezca del todo. Venid conmigo; al lado de la torre del homenaje podremos resguardarnos del frío si acampamos pegados a la muralla. Además, justo allí hay un aljibe que a Pedro le será muy útil si se harta y tiene que tirarte. ¿Qué te parece, Jorge?
—Muy gracioso. No pienso abrir más la boca por hoy.
Sacaron sus cachivaches y, una vez montada la tienda, se acomodaron dentro. Los últimos rayos de sol ya se habían ocultado bajo las nubes y ahora estaban prácticamente a oscuras. De repente, algo sobresaltó a Jorge.
—¿Qué ha sido ese ruido?
—Yo no he oído nada; serán paranoias tuyas —contestó Pedro—. Y además, ¿no decías que no ibas a abrir más la boca?
—¡Joder! Hay alguien ahí fuera, estoy seguro.
Se quedaron callados y pudieron escuchar claramente unos pasos; pasos lentos, rítmicos y seguros, que hacían crujir la arenilla del suelo y que iban acompañados de un ruido metálico. Una voz sonó atronadora en el silencio de la noche.
—¿Quién me ayudará a conquistar Jerusalén?
—¡Tíos! ¡¡No me digáis que lo del templario iba en serio!! Yo me voy de aquí pero cagando leches— Jorge se levantó y, casi inmediatamente, se volvió a quedar sentado; Pedro le había pegado un fuerte tirón del jersey.
—¿Os queréis callar de una vez? —Mario abrió la cremallera de la tienda, asomó la cabeza y se dirigió al desconocido que, plantado allí de pie, iba vestido como un caballero templario y lo miraba con curiosidad. Las palabras salieron de su boca sin que casi le diera tiempo a pensarlas—. ¡¡Yo te ayudaré a conquistar Jerusalén!!
Para asombro de los tres amigos, cuyos tres rostros ya asomaban por la puerta de la tienda, el recién llegado se arrodilló; inclinó la cabeza, al tiempo que ponía una mano en el pecho y la otra sujetaba su espada.
—Caballeros, soy fray Bernardo. Acompáñenme, por favor. Les mostraré el tesoro.
Montalbán
A la mañana siguiente, el guía oficial de la Casa de Osuna se disponía a hacer la primera visita del día con un grupo de turistas.
—Muchos conocen esta fortaleza como el castillo templario de Montalbán —explicó mientras contemplaban la imponente construcción desde la explanada—; pero nada más lejos: en realidad solo perteneció a la orden durante 87 años. Los primeros restos documentados son de época romana, y también perteneció a visigodos y a musulmanes.
Después guió al grupo por el foso, el baluarte, un tramo de muralla y la entrada principal; al atravesar la puerta vio algo que le parecieron restos de una fogata. Pensó que habrían sido unos gamberros, como pasaba a menudo. A veces iban de día, daban una vuelta, subían a la muralla y poco más; “qué ignorantes”, pensó. “No saben lo que se pierden recorriendo la fortaleza en tan solo unos minutos…”; pero otras veces iban de noche, buscando ese tesoro que los caballeros de la orden habían escondido en algún lugar. Según una leyenda, uno de ellos se aparecía aquí, cada 27 de diciembre por la noche, para mostrar el sitio exacto en el que sus compañeros de armas lo habían ocultado.
En ese momento algo que brillaba en el suelo, a los pies de la torre del homenaje, llamó su atención. Se agachó para cogerlo y vio que era el broche de una capa templaria. El guía no pudo evitar esbozar una sonrisa; el castillo había pertenecido a los templarios durante poco tiempo, pero fray Bernardo lo había vuelto a hacer…
Con este relato participo en el concurso de Cuentos de Navidad patrocinado por Iberdrola. Si alguien está interesado, puede animarse aún: el plazo está abierto hasta el próximo 6 de enero a las 23:59 horas.

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