Usted conoce lo que se llama, en la feria, la montaña rusa: bueno, las calles de Toledo son montañas rusas, con altibajos constantes, con la diferencia de que giran a la derecha y a la izquierda, en innumerables zigzags, que las partes bajas son mucho más profundas, las alturas infinitamente más montañosas, y que el viajero, en lugar de sentarse en un banco, camina penosamente sobre guijarros afilados, colocados sobre pasos angostos entre casas, unas largas, otras estrechas, antiguas, originales, curiosas de ver. Este pavimento maldito nos hizo añorar el suelo de mármol blanco de la catedral. De repente, después de haber caminado mucho, llegamos a un lugar aislado, frente a una especie de convento: estábamos en presencia de una iglesia situada justo al borde de un profundo abismo, en la cresta de inmensas rocas, decorada en el exterior por cantidad de estatuas de reyes, y en las paredes muchas cadenas suspendidas en enormes ganchos.
Arthur Bonnot. Les merveilles de l'Espagne (1900)