En la planta baja del museo se disponía la exposición que hace de punto de partida al tema que hoy me ocupa: Anthropocène Monument. El nombre alude al concepto de Antropoceno, un nuevo periodo terrestre que los geólogos empezaron a utilizar en el siglo XX para hablar de la época en que la acción de los humanos en la Tierra ha provocado cambios considerables en ella. Algunos sitúan el inicio en la Revolución Industrial pero otros lo remontan aún más allá, con el nacimiento de la agricultura. Sea como fuere, se considera que en la era del Antropoceno los humanos han provocado el calentamiento global y la desforestación de los bosques, frenando el proceso natural de desarrollo planetario. Es la manida idea de que estamos abocados al desastre y que lo más factible es que seamos nosotros mismos los que nos destruyamos unos a otros. Es por ello que el Projet pour un monument à l’Anthropocène de Lise Autogena y Joshua Portway era una de las piezas más adecuadas de la exposición. En el suelo se repartían miles de gránulos negros formando círculos. El olor que desprendían era muy peculiar. En la pared, un televisor mostraba la imagen de esos gránulos en movimiento. Era la grabación del momento en que se había instalado la obra. Miles de hormigas habían sido colocadas juntas y su proceso natural, guiarse a través de las feromonas, las había hecho seguirse hasta la muerte. Lo que quedaba allí era la devastación de una colonia. Es la más minúscula metáfora del futuro del ser humano.
Lise Autogena & Joshua Portway
Projet pour un monument à l'Anthropocène
2014
Por raro que parezca, encontré un hilo argumental que se alejaba de esa exposición y se adentraba en otra llamada Extraits et extractions, en el mismo museo. En cierta manera hay una relación entre las dos, puesto que aquí se mostraban trabajos de artistas que recreaban su entorno y en la otra se hablaba del entorno mismo en relación con el ser humano. Pero mi percepción se detuvo en algo hacia donde no se habían dirigido los comisarios. O, por lo menos, a mí no me llegó esa sensación. Se dio la casualidad que entré en una sala donde se encontraba una instalación de un autor que yo ya había visto hace tres años en el CaixaForum de Barcelona: Leaving (with four half-turns) de Anthony McCall. Un rayo de luz atravesaba una sala oscura proyectando sobre un muro un círculo que iba cambiando de forma. Todo el espacio estaba envuelto en una niebla con un olor difícil de describir. No era desagradable pero sí mataba cualquier otra percepción a través de la nariz. La propuesta del artista es que el visitante se mezcle con el rayo de luz para crear sombras sobre la pared, cambiando sus sólidas esculturas lumínicas. Al no haber nadie en la sala, pude quedarme contemplando como cambiaba el círculo, sin intervenir sobre él. Así descubrí que hay un sentido mucho más metafísico de la obra. La absoluta oscuridad provoca que la representación de la figura traspase los ojos del espectador y se proyecte en la mente de este. Quedando todos los sentidos anulados, una persona sola en la sala puede llegar a un grado de meditación en el que la figura de luz le lleve a un estado ascético. ¿Dónde encuentro el hilo argumental con la otra obra? En que, mientras que las hormigas eran múltiples seres que podían representar a los humanos, con una gran necesidad física y una unión a través de las feromonas, aquí, aquel que entra en la sala, si está sólo, puede dedicarse a sí mismo, saliendo incluso de su propio cuerpo, olvidándose del mundo físico.
Anthony McCall
Leaving (with four half-turns)
2011
Cildo Meireles
Marulho
1991
Charlie W. Las imágenes utilizadas en esta entrada han sido extraídas del Tumblr de Les Abattoirs, razón por la que su calidad no es la deseable. La dificultad de encontrar buenas fotografías para ilustrar mi discurso me ha obligado a ello.