Castella, con los piés -y el alma- hundida en la arena. Juan Carlos Terroso
Plaza de Toros de Vistalegre. Bilbao. Corridas Generales. Cuarta del ciclo. Lleno. Toros del Tajo y La Reina para Morante de la Puebla, Sebastien Castella y Leandro.
Buena corrida de los toros de Joselito, con la gran pega del lamentable y fraudulento estado de los pitones de varos animales. La mitad de lío, la otra parte, para estar bastante mejor con ella. Cumplieron sin nota en varas, dónde el público ovacionó incomprensiblemente a un picador por rejonear. Dos corridas interesantes del Tajo y La Reina, lo cual no es mal inicio para empezar a lavar su deteriorada imagen de ganadería fraudulenta.
Morante, oh sorpresa, se ha llevado el inválido de una feria donde no suelen salir lisiados. El presidente Matías, el yerno que toda madre quisiera tener, desbarró gravemente, primero en los corrales al aceptar al juvenil animal, y después manteniéndolo en el ruedo, después de varias caidas y pérdida de las manos. No se dió coba el ruiseñor de La Puebla y entre pitos fusiló al burí, que ante la avalancha carnicera del torero no hizo por defenderse. Descaste total. Con el cuarto, más toro, una media verónica de la casa y cuatro pinturerías varias, rematadas con más adornos que un jarrón de porcelana china y tenemos el faenón que mañana cantarán todas las críticas. Por debajo de sus dos oponentes, como siempre que se sale de los juanpedros, los murubitos o los gaviras.
No se merece Francia que un pegapases como Castella sea su abanderado taurino. Mediocre hasta decir basta, todo lo reduce a un falso valor, el de quedarse quieto y blanco como un fraile, y tratar de aprovecharse como se pueda de las vueltas que dan los toros alrededor de Fray Sebastian. El cuerpo humano tiene unas cien mil millones de neuronas, de las cuales el gabacho no tiene ni una preparada o estudiada para entender el toreo. Tiene una faena, hecha en casa y perfeccionada, hasta la imperfección, a base de recrearla todas las tardes durante los últimos años. Así, entre dudas y mantazos se dejó ir, con sus dos orejas, a un toro que pedía como un descosido, una muleta al hocico y un torero dispuesto. Con el quinto, que se movía pero no embestía, hizo del barullo y del engachón su credo, y del pico su religión. Se lo quitó de en medio como pudo, harto de toro y de público, que lo abroncó con todo merecimiento.
De Leandro, que sustituía a Cayetano, podemos rescatar de su segunda faena todos los remates, los pases de pecho y el toreo accesorio. Con la derecha endosó al noble tajero unas series ligadas, templadas y encajadas, llenas de gusto, pero vacías de mando y dominio. Cuando se la echó la pañosa a la zurda, la cosa cambió de registro, bajando la nota de la faena gracias a un par de series desajustadas, dónde el cornúpeta era mecánicamente despedido hacia las afueras y la colocación brillaba por su ausencia. Esto, en el sexto, de triunfo, pero que no pedía papeles. Antes hubo de vérselas con un tercero codicioso, con su punta de genio, por ende espinoso para el coletudo. También es de ley decir que tenía las defensas mutiladas, hechas un cristo. No lo vió, o simplemente no pudo verlo, porque torear, o sencillamente estar bien, delante de fieras encastadas es algo reservado para muy pocos. Para Leandro Marcos por lo visto hoy, no.