Revista Cultura y Ocio
"Existe una identidad entre el amor y el arte, en ninguno de los dos cabe la voluntad". Esta frase, de Juan Belmonte, y la de "Me gusta vivir conmigo", de Morante de la Puebla, son lo único que me llevo a la Moleskine de Morarte, el documental sobre Morante/los toros/el toreo/el duende/la vida/la muerte/el minotauro (y aquí lo dejo) que ayer presentaba en Madrid Ander Duque.
Vaya por delante que quito la boina (francesa) ante cualquier intento de hacer atractivo el mundo taurino a un público generalista que jamás irá a una plaza de toros pero que quizá sí se siente en la butaca de un cine. Ahora bien, cuando ni convences al taurino ni das pistas certeras al que no lo es, la cosa pierde puntos.
Curro Vázquez, diplomático, lo soltó sin darse cuenta en el coloquio posterior a la proyección: "Hacer una película sobre el mundo del toro es muy difícil. Ni siquiera mi amigo Agustín Díaz Yanes, hijo de banderillero, se ha atrevido a hacerlo".
Con el toro del celuloide hay varios peligros. Primero, caer en el topicazo: fijador, guayabera, puro, flamenco, palmas... musho arte. Segundo, que las luces de los trajes te aturdan y te sumerjan en los vaivenes de la grandilocuencia.
Morante es de lo más antitópico que existe ahora mismo en el toreo, pero retratado en este documental se antoja por momentos un personaje falto de hervores, que se pierde en el silencio porque anda ayuno de pensamientos o porque el humo del puro interminable le ha aturdido las neuronas.
Cuando Morante calla y deja la mirada perdida, el aficionado se sonríe porque sabe que es José Antonio en estado puro. Pero el que no conoce a José, ni a Antonio, ni a Morante, al verlo ahí, con sus pelambreras despeinadas, su polo de estampados imposibles y su pantalón verde pistacho adornado con zahones, puede terminar creyendo que es un personaje desnortado a punto de ahogarse en el Río de la Puebla.
Escalofríos me dio el presupuesto inicial de sumergirse en el pensamiento del toro. Si partimos de la base de que los toros piensan, ruego a Dios -o a Morante- que los antis no busquen el documental en Internet, porque lo terminarán enarbolando cual caballo de Troya para reventar -desde dentro- lo poco que queda del tinglao. Y si llegan a la parte de la muerte del hombre-toro/minotauro, que el que esté de guardia en el cielo nos pille confesados, pues resulta más cruel la escena figurada que el rito verdadero.
Morarte es ambicioso. Y la ambición motiva y lleva casi siempre a la superación, pero cuando se trata de descarnar el mito para bucear en el arte escoger un personaje con tantas aristas como el de La Puebla y dejar al espectador al albur de un guión poético complica la cuestión.
Pero hasta José Antonio lo dice: "Eh... está bien...".
MORARTE. Historia de un encuentro from Ander Duque on Vimeo.