Bulgákov es el culpable de que hoy me duerma por los rincones. No pude dejar de leerlo, es cierto. Al contrario que con la morfina, sus relatos me tuvieron en vela gran parte de la noche. Y es que, aunque son independientes, se podrían leer como una novela, pues todos tienen una temática común: las peripecias de un médico recién licenciado en un recóndito hospital alejado de las grandes ciudades rusas. Todos están basados en experiencias reales que Bulgákov vivió como médico rural en Smolensk, incluso el que le da nombre al libro, Morfina, sustancia a la que el autor fue adicto durante algunos años.
Me han gustado muchísimo por el contraste entre lo cómico de la situación (sus obsesiones con las hernias, los partos y con el resto de miedos de un médico novato) y lo trágico del día a día (los casos a los que debe enfrentarse, de todo tipo y a todas horas).
Es una delicia, en serio, aunque desaconsejo completamente su lectura a todas aquellas personas que sean aprensivas. Tanto detalle en las intervenciones y operaciones puede hacerles remover el estomágo.